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Opinión

Camps ametralla al Govern con su ego

Camps ametralla al Govern con su ego

Esperança Camps ha despedazado la etiqueta de las dimisiones políticas, la almibarada letanía de agradecimientos llorosos, amenazas veladas y borrosas peticiones de un retiro subvencionado. Ametralló al Govern sin contemplaciones, en un espectáculo inédito entre las decenas de consellers condenados al ara sacrificial. Suerte que la ya exconsellera reside en Valencia porque, por utilizar la expresión fetiche de Jaume Matas, no volverá a trabajar en estas islas.

Francina Armengol y Biel Barceló amanecieron ayer a uno de sus dilatados fines de semana de ocio. Para su desgracia, nada volverá a ser lo mismo. Han quedado en entredicho. Al Pacto de las almas cándidas le ha salido un ego, disparado en sucesivas ráfagas contra una presidenta cuya opinión no ha prevalecido, y sobre un vicepresidente que no controla a su partido. Perdón, a sus partidos.

Camps se va, pero el Govern se queda. La ya exconsellera de Cultura se sentirá aliviada tras descargar su fusilería. En cambio, Armengol arrastrará las secuelas de un relevo planificado por su peor enemigo. Ha quedado desautorizada. Ni un agente infiltrado hubiera causado tanto daño. Al lidiar la crisis al estilo Rajoy, ha transformado una espinilla en un Waterloo. Més no sirve como excusa, Més per Menorca todavía menos, salvo que se predique un retorno a las taifas de los efímeros Pactes de 1999 y 2007. Si Podemos tuviera sentido del humor, reclamaría de inmediato la conselleria de Cultura que su última titular describe como una olla emponzoñada.

Por comparación, el ultrajado Ruiz Gallardón ejerció de monaguillo en su dimisión. Hay que buscar documentación a toda prisa, para averiguar cómo un personaje intrascendente ha desencadenado esta catástrofe. El bache profundiza a socavón y amenaza con tragarse al Consolat. Con todo, Camps es una perdedora pero no una heroína. Su conclusión de que este Govern no era digno de ella peca de facilona. Hay medio millón de mallorquines que podrían afirmar lo mismo.

Si a Camps no le permitían cesar a cargos poseídos por un "victimismo enfermizo", debió darse el gustazo de destituirlos antes de dimitir, en vez de denunciarlos después de abandonar. Limitar la autocrítica a los defectos de sus subordinados es otro golpe cesarista. A modo de compensación, aceptó las preguntas en su momento más duro, y su exabrupto jubilatorio habrá intranquilizado a más de un cargo mediocre del Govern. No sea que cunda el ejemplo.

Camps no gana, pero Armengol pierde. Después de todo, tendrá que gobernar. La ausencia de oposición no le autoriza a enredarse en ridículos embarazosos. La política mallorquina vivió ayer un estreno anticipado de la película de Almodóvar, con conselleras desaparecidas, mutis lacrimógenos y, de remate, un tiro.

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