Muchas veces el trabajo es un privilegio. Lo cree César Bona y lo comparte el que firma, que pudo disfrutar de una de sus mejores mañanas mientras tomaba notas en la conferencia de un profesor, uno de tantos, uno de cientos, que se ha hecho famoso por trabajar con la ilusión de miles y convertir la educación en un juego de niños que forma adultos completos. Y mejores.¿Y quién es César Bona? Pues es un maestro entre muchos, oficialmente el mejor de España, pero extraoficialmente tan apasionado por lo que hace como la mayoría de quienes pisan un colegio para enseñar. "Un educador", dice él, desde hace un par de meses famoso por haber sido elegido como uno de los 50 mejores profesores del mundo. ¿Y qué ha hecho para ganarse tal honor? Pues básicamente creer en los niños. En su creatividad. En su ilusión y su imaginación. En su talento, el de cada uno de ellos, esa energía capaz de transformar su mundo y revolucionar el de todos. O así los describe Bona, que ayer por la mañana llenó el Auditórium de Palma. Más de mil personas entregando la mañana a escuchar a un profesor hablar de educación como si fuera el niño ilusionado que fue, y no el profesor concienzudo que es.

Que quizá esa es la clave: el adulto ilusionado como un niño, motivado como ellos para motivarles a ellos. Es lo que emana de los experimentos de Bona, proyectos que han conseguido hitos tales como que un grupo de niños de extrarradio, mayoritariamente de etnia gitana, dejen de considerar el colegio un sitio del que huir para acudir una hora antes a clase para enseñarle a su maestro a inventar música con un cajón de percusión. Y por el camino aprender a leer. Formarse. Crecer. Y ayudar a que los suyos crezcan.

Es un ejemplo. Hay más. De todos ellos habló César Bona ante un auditorio entregado, al que convenció (no lo duden, lo hizo) de que hay un camino mejor para la educación, una vía que exploran, jalón a jalón, maestros como él, innovadores con arrestos que están convencidos de que la clave es convertir al niño en el centro de la educación. "Los niños no son solo los adultos del futuro, como se dice, son los habitantes del presente, y como tales hay que darles la oportunidad de opinar y de participar en la sociedad", explicaba Bona, entre arranques de humor y ejemplos que ilustran porque es feliz con lo que hace y hace felices a quienes le acompañan, padres y alumnos. "Los maestros nos sumergimos a diario en un mundo infinito de imaginación e inspiración. Debemos disfrutarlo. Desde que se conoció [que es considerado uno de los 50 mejores del planeta] he recibido cientos de mensajes de padres que quieren una educación en la que se tenga en cuenta el factor humano, que quieren implicarse en la formación de sus hijos", reflexionaba. Y ante Nuria Riera, por cierto, la consellera de Educación del Govern Bauzá, el mismo que se ha pasado una legislatura tratando de imponer a las comunidades de cada colegio un proyecto en el que no creen. Bona acabó posando con la camiseta verde de Crida, símbolo de la lucha contra la política educativa del PP, pero esa es otra historia que quizá sea contada en otra ocasión.

Un auditorio de profesores

Ayer el centro eran los niños. Su educación. Y los ejemplos de lo logrado por Bona, un tipo de talante natural y cercano que está seguro de que hay muchos profesores como él. Por si acaso, él mismo se encargó de probarlo, pidiendo que se pusiesen en pie quienes se dedican a la enseñanza. Más de medio Auditórium se alzó, demostrando que muchos de quienes educan no entienden de sábados libres. Laten por lo que hacen en fin de semana y en lunes. Como Bona, que se metió a la concurrencia en el bolsillo simplemente explicando lo que ha hecho. Que no es simple, sino brillante. Inspirador. Un ejemplo: consiguió que los seis alumnos de un colegio de un pueblo de 200 habitantes, niños todos de distintas edades, algunos enfrentados por viejas rencillas familiares, acabasen haciendo una película de cine mudo que reconcilió al municipio. Otro caso, el de los críos de ese centro de barrio periférico al que Bona acudió para hacerse cargo del grupo considerado más problemático, para marcharse un año después con la clase llena de niños que antes no iban.

O ejemplos como el de su clase actual, en la que reparte roles entre los alumnos para que asuman responsabilidades. Para que se defiendan unos a otros. Para que se quejen de lo que no funciona y propongan alternativas. Para que ofrezcan su ayuda a los compañeros en las materias que dominan y aprendan a ver en lo que fallan y pidan auxilio. "A los niños hay que darles la oportunidad de opinar y participar en sociedad, hay que animarles a ser críticos siempre, pero con respeto y proponiendo alternativas", insiste César Bona, que encargó a los niños de un pueblito aragonés de mil habitantes a que analizasen la situación de los animales del circo que acaba de llegar al lugar. De ahí nació un grupo ecologista infantil que convenció al alcalde para que no volviese a permitir la actuación de circos con animales. Fue el germen de una asociación gestionada por niños que instó al Rey a dar ejemplo dejando de matar elefantes, mientras se ganaban el afecto de Jane Goodall, activista ecologista y eminencia científica que aún hoy describe a eso doce niños y su Cuarto Hocico (así se llama la asociación) como razón para soñar con un futuro mejor.

Los niños enseñan

Un futuro mejor, anclado además en un pasado conocido y reconocido, apuntaba Bona, que en otro de sus proyectos, un corto documental protagonizado por sus alumnos, puso la materia prima para que los críos acabasen ayudando a los ancianos de su pueblo a implicarse en la educación y, de paso, a hacer realidad sus sueños de infancia, devenidos realidad en un mundo de ficción que convirtió a los abuelos en las aviadoras, porteras de fútbol, cirujanos y alpinistas que un día desearon ser y solo fueron gracias a los críos y a la imaginación que César Bona anima a cultivar. "Un niño que se educa en la creatividad y la curiosidad la conservará para toda la vida".

El auditorio aplaudía y creía, contagiado por la ilusión que a buen seguro transmite a los críos cada día. Al fin y al cabo se trata de un profe capaz de lograr que un chico tímido que no habla porque le da vergüenza pronunciar mal la erre acabe dando un discurso ante 400 personas en la preconvención mundial sobre los derechos del niño. "Seguía pronunciando mal la erre, pero le daba igual", aclara Bona, que insiste en una idea: hay que formar personas, exponer valores por la vía del ejemplo, modelar la esencia creativa y curiosa de los niños, más allá de empeñarse en que aprendan datos. "En nuestras clases está el futuro presidente o presidenta de la nación, pero también el marido que sabe respetar a su mujer, la mujer que sabe respetar a los animales. Por eso es tan importante educar", animaba a un auditorio lleno de profesores, al que repetía que es "fundamental hacer participar a los niños en la sociedad" y conseguir que disfruten de los doce años en los que no les queda otra opción que ir al colegio.

También había ahí un mensaje de calado para los padres de hoy, en muchos casos obsesionados por convertir a sus hijos en titanes del saber, máquinas que hablan idiomas y practican mil deportes mientras leen más libros que el hijo del vecino. "Parece que los niños tienen que ser Einsteins antes de salir de primaria, y no: tienen que disfrutar de la infancia. Y los padres y madres, disfrutad de vuestros hijos. Somos emociones. Y tenemos que saber llegar a la emoción del niño", apuntaba uno de los mejores profesores del mundo, uno de muchos, dice él, convencido de que lo que no funciona es obligar a los niños a desprenderse en la puerta de clase de "lo mejor que tienen, su curiosidad y creatividad", para aprender datos que en muchos casos olvidarán pronto. "Los niños son una piscina de ilusión infinita, aprendamos de ellos", zanjaba el maestro de moda, que al final es el maestro que todos recordamos, el que nos emocionó e implicó, el que nos hizo vibrar vibrando él. Un César Bona. Hay muchos.