Serena, pragmática, rotunda. "Hoy hemos venido y hemos abierto, es un día normal". Así se expresaba ayer Charo Taylor tras la barra de la cafetería Sa Gavina. Ella le sirvió el café a Diego Salvà el pasado jueves. Eran las nueve y pico de la mañana. Cuatro horas más tarde y a escasos metros de allí, Diego y Carlos Sáenz de Tejada perdían la vida.

"Los dos solían venir a desayunar", dice Charo, "estuvimos hablando con Diego esa misma mañana". Está afectada, "es chocante", pero tiene clara una cosa: "Todos tenemos que seguir adelante". Cuenta que algunos guardias civiles compañeros de los fallecidos fueron ayer a desayunar, como siempre, pero esta vez sin Diego y sin Carlos. "Están afectados, pero tienen un trabajo que hacer", explica Charo: "Quieren averiguar cómo ha sido eso, qué ha pasado".

"Se nota que la gente está triste", asegura Miguel Jiménez, responsable del local, "vienen con el ánimo diferente". Un aire raro pesaba ayer en este bar situado a la vuelta de la esquina del cuartel, con vecinos leyendo los periódicos con suma atención y con los parroquianos hablando de lo sucedido a media voz. Ese ambiente que se vivía en el café puede extrapolarse al resto del pueblo donde sus vecinos se esforzaban, con más o menos éxito, en vivir la jornada como un día cualquiera.

En Sa Savina son casi siempre los mismos. Miguel explicaba que la clientela ayer había cambiado: "De trabajadores de la zona a periodistas". Empleados de Correos, de los hoteles Sol Melià situados justo enfrente, personal del centro de Salud, trabajadores de los negocios cercanos y agentes de la Guardia Civil conforman el grupo de habituales de la cafetería. Se conocen, aunque sea de vista, y notan que faltan dos personas.

Gloria Navarro, administrativa en la autoescuela Fortí, situada junto al bar, es una de esas personas que había visto a Diego varias veces tomando café allí. "Estamos desconcertados", aseguraba, "la gente está muy descolocada". Aún así, allí estaba ella rellenando fichas porque "en realidad es un día normal".

"Poquito a poco". Así va asimilando lo que pasó Cris Calafell, que vive al lado de la calle Na Boira y que pasaba con su coche por esa esquina justo en el momento de la explosión. Lo vio todo. Y esa imagen "no se me va de la cabeza". El jueves ni comió ni bebió, "no me entraba nada". Ayer ya empezaba a estar mejor, pero, teniendo en cuenta que desde su casa ve el cuartel de pleno, sabe que tardará en borrar esa imagen de su mente. "Poquito a poco".

Los trabajadores de la oficina de Correos que está pegada al cuartel volvieron ayer a sus puestos. Una de las salidas estaba clausurada porque quedaba dentro del cordón policial, así que los usuarios entraban por otra puerta distinta de la habitual. "Es un día un poco raro", señala Pilar Moreno, "porque no sabemos muy bien...no sé...". Esta joven, que apenas 24 horas antes había tenido que abandonar esa misma oficina corriendo, sentía ayer que algo no acababa de encajar, pero no podía explicar exactamente qué fallaba. Ella también notaba un ambiente diferente.

"Hoy es un día normal y seguimos como siempre, es lo que hay que hacer". Así de claro lo tiene Manoli Espósito, vecina de la zona, que piensa sobre todo en transmitir tranquilidad y seguir dando un buen servicio a los turistas. "Es lo que hay que hacer". A Carmen Chacón también le preocupa el golpe que supondrá lo sucedido para el tursimo. "Si ya estaba difícil, ahora...", comentaba mientras meneaba la cabeza. "La gente está muy angustiada, muy preocupada, indignada", resumía.

Varios turistas se acercaron ayer al lugar de los hechos, para enterarse mejor de lo que había sucedido. Muchos pasaban frente al cordón policial, que se abrió a la una y cuarto de la tarde, cuando iban de camino a la playa y se detenían a ver qué conseguían ver. Algunos se santiguaban. Otros se acercaban para entender mejor lo que había pasado. Todos lamentaban lo sucedido.

Anthony Gonsalves, de New Castle, se acercó a dejar dos ramos de flores, visiblemente emocionado. Su padre, ingeniero naval de la Marina Real inglesa, también murió en acto de servicio. "Nunca volvió". "Esto es para los familiares", explicaba con sincera solemnidad, "sé lo que sienten".

"Sabemos lo que es esto", decía Margaret Hutchinson mientras contemplaban la calle dónde explotó el coche, "somos de Irlanda del norte", aclaraba. Anne Kate Bockman, de Noruega, también se acercó ayer con su familia a la zona porque el jueves lo vieron por la televisión y querían "ver y saber qué ha pasado". Aseguró que como están de vacaciones no quieren pensar mucho en ello y dijo que "no da miedo, pero es triste".