¿Influye a la hora de votar el lugar en el que vivimos? Entre otros factores, sí. Y mucho. S'Aranjassa y sa Casa Blanca son territorio Vox conforme a los resultados del pasado 28 de abril. Unos números que podrían volver a repetirse el próximo domingo en los comicios municipales y autonómicos.

Para empezar a comprender el comportamiento de estos barrios de Palma en las urnas, hay que enumerar un conjunto de características compartidas: baja densidad de población; paisaje de pequeñas fincas rústicas con huertos, balas de paja y molinos (muchos de ellos en ruina, símbolo de un pasado agrícola esplendoroso); un porcentaje de más del 15% de gente mayor; poca inversión pública y escasos espacios comunes. Están lejos del interés del poder económico, político y social. Pese a ello, los vecinos, la gran mayoría de ellos propietarios, aprecian la placidez de estos núcleos que a muchos palmesanos se les antojan como el Lejano Oeste cuando en realidad están a menos de quince minutos del centro y a un tiro de piedra del aeropuerto.

De cien a cincuenta cafés

La cuestión es que, desde que se construyeron la autovía de Manacor y la autopista hasta Llucmajor, han dejado de ser sitios de paso obligado. Y eso ha tenido su impacto. "Cada mañana hemos pasado de servir cien a cincuenta cafés", confiesa Francisco Javier García (39 años), dueño del bar s'Aranjassa, uno de los escasos puntos de encuentro del barrio. Él ha votado a Vox. Y puede que vuelva a hacerlo el próximo día 26. "Entren los que entren a gobernar, somos el culo de Palma", opina. El estado de la carretera lo considera "lamentable". Las malas hierbas crecen en las aceras. "El sistema de alcantarillado no absorbe el agua cuando llueve y entra en las casas. El olor que desprende la depuradora a veces es insoportable. Tenemos muchos problemas de aparcamiento. Mosquitos. Y sólo hay una línea de autobús que pasa cada hora. No hay ni cajero para sacar dinero ni farmacia", lamenta. "He esperado ocho años a que llegara la fibra óptica, cuando en Palma funcionaba a pleno rendimiento", agrega. "PP y PSOE no hacen nada. Éste es un negocio familiar, pago muchos impuestos. Me la pegan todos, esta vez he pensado que me fastidie alguien nuevo [Vox]. A ver si hacen algo".

Sebastià de es Pil·larí está en la barra del establecimiento e interrumpe. "Yo no voto aquí, pero también he confiado en Vox por venganza. Estoy cansado de que los políticos no cumplan las promesas y sólo prohíban", espeta. A su lado, Pere Janer de Sant Jordi (territorio PSM) asegura que la zona es históricamente "muy de derechas, desde los alcaldes pedáneos. En los 40 y 50, aquí había fascistas radicales".

El centro socio-cultural está situado frente a la plaza Josep Guasp. En la entrada, una placa rememora su inauguración en 2005. Cortó la cinta Catalina Cirer. Corrían otros tiempos para el PP. Todas las tardes, se reúne un grupo de gent gran para jugar al bingo. "Estamos un poco olvidados, sí, cuando pagamos los mismos impuestos que el resto de palmesanos. Sólo tenemos un pequeño centro de salud, un colegio, una panadería y dos bares", contabilizan. "Ahora ha venido gente nueva a vivir, donde se han hecho unos edificios. Gente joven que no conocemos y ni te dicen bon dia. Son de Ciutat, pero también de Argentina, Ecuador y otros lados". Desconfían. "La mayoría somos del PP, es posible que hayan votado a Vox los recién llegados".

Aniversario de boda en campaña

Eusebio Jaime y Catalina Sastre celebran 57 años de matrimonio en la comida que Vox organizó el jueves en Binicomprat. Son vecinos de s'Aranjassa desde hace 30. "Casi todos nuestros amigos comulgan con nuestras ideas y votaron a Abascal", manifiestan. "El PP son buena gente, pero han fallado en conceptos que eran básicos: se han catalanizado (¡el mallorquín es nuestra lengua!) y con el tema del aborto tampoco me han gustado", subraya Eusebio, exguardia civil (su padre también lo fue) y luego administrativo. "Vox es un soplo de aire fresco". Su esposa Catalina era modista. De Llucmajor. Echa de menos "los tiempos en que la gente se podía comprar un piso y tener trabajo". "En esto, Franco fue un gran estadista. Hizo cosas malas, no digo que no, pero España iba bien", sostiene. La pareja, con cinco hijos y cuatro nietos, reniega de "la gresca en la que vive el país". "Queremos vivir tranquilos, que no haya este ruido. Que dejen ya de hablar de la Guerra Civil y de cambiar estatuas".

Temor okupa

En la carretera de sa Casa Blanca a Sant Jordi, se suceden las pequeñas fincas con molinos y caballos. Can Mataró es una de ellas. La única con la barrera abierta a las 12 del mediodía. Pedro Homar y Jaume Vaquer son cuñados. Son de s'Arenal, pero van cada mañana a matar el aburrimiento a su campo. Tienen gallinas, una higuera. Antiguamente, era una vaquería más de la zona. "Me meto poco en política, lo que no me gusta es que engañen a la gente", dice Homar. Jubilado, le preocupa mucho el tema de los okupas, un filón de votos de la tercera edad para algunos partidos. "A un vecino nuestro le ha pasado. No te puedes poner ni enfermo. Te ingresan en el hospital y entran en tu casa. Las leyes están hechas para maleantes", opina. "Los únicos que han dicho claro que hay que echarlos inmediatamente si te pasa esto son Vox". No confiesan a qué partido votan. "Nosotros somos de derechas, pero también te engañan", advierte Vaquer.

Tomeu está sentado en Can Rigan. No hay nadie, apenas una mata rodante. De vez en cuando, pasa un ciclista. "Hace cosa de cuatro o cinco años, en sa Casa Blanca han empezado a criticar al PP por la corrupción. Algo impensable en la época de Cañellas", aclara. En el intento de dar una explicación al auge de Vox en su barrio (donde empató con el PSOE en las generales), desemboca en el tema okupa. "Están actuando por esta zona. También es muy habitual ver por la carretera a gente mayor en bicis destartaladas que han pasado la noche en algún molino. Los propietarios tienen miedo a los okupas y también a los animalistas", añade.

Tomeu ha abierto el otro melón. "Yo he escuchado a payeses decir que han empezado con los toros [la zona es feudo taurino]".

Taurinos y caballistas

"El otro día relataban una anécdota que habían escuchado en la radio. El ganadero Victorino había invitado a Pacma para que vieran cómo cuidaba los toros. Como detalle, sacó los caballos y les ofreció dar un paseo. Ellos se negaron porque consideraban que montarlos es maltrato", comenta. "Aquí mucha gente tiene animales en casa, y esto les enfada mucho. Piensan que no podrán tener gallinas o caballos, que les pondrán multas. A los payeses no les gusta que les fiscalicen", asegura Tomeu, quien prefiere mantener el anonimato. "Aquí nos conocemos todos, lo que no quiere decir que seamos amigos".

Pese a su descripción, advierte que "sa Casa Blanca de 2019 tampoco es una fotografía congelada de los años 60. Hay gente joven aquí a la que le gusta el campo y ha heredado un huertecito de los abuelos".