Opinión

Cuando existía el 'señor lobo' (y los futbolistas gozaban de impunidad)

Dani Alves con la selección de Brasil en el Mundial de Qatar.

Dani Alves con la selección de Brasil en el Mundial de Qatar. / Reuters

Emilio Pérez de Rozas

Hubo una época en la que los cuerpos de seguridad del Barça eran bastante más importantes que el presidente, la junta y el entrenador, pues se encargaban de ir lavando, limpiando, desinfectando y/o pagando las fechorías que los ricos, famosos e idolatrados futbolistas protagonizaban en las interminables noches barcelonesas.

Eran como el ‘Equipo A’, el camión de la basura, el coche escoba, los chicos de la limpieza, eran, vamos, el ‘Señor Lobo’ de ‘Pulp Fiction’, vestidos de blaugranas. Y a fe que tenían trabajo cada noche. Y algunos de esos trabajitos no eran sencillos, no.

La muchachada tenía pisos francos, los había que dominaban las discotecas de moda, los había, ya saben, que vivían sin llevar dinero encima ni siquiera tarjeta de crédito e, incluso, fardaban de ello, del gratis total por ser quienes eran. Y, casi todos, llevaban un pequeño séquito que les proporcionaba todo lo que deseaban. Pero ese séquito no se encargaba de la limpieza en caso de que se complicase la noche. Si ocurría algo imprevisto (o no tan imprevisto), llamaban a Seguridad (del club, claro).

Pero los tiempos han cambiado mucho, para algunos hasta demasiado. Ahora, a los chicos modernos que sustituyeron a esos ‘dioses’ de la noche silenciosa les gusta más ser ostentosos, vivir en las redes, fardar en ellas, enseñarlo todo, crear su propio mundo, paralelo, y pronto habitar el metaverso.

Ellos piensan que por ser vos quien sois, se les va a perdonar todo. Y hasta reír sus gracias

El problema es que les ofrecemos tanto culto, tanta adoración, que ellos se sienten protegidos. Y hasta piensan que son invulnerables. Bueno, no solo lo piensan, sino que tienen pruebas. La culpa es nuestra, de los medios, de la sociedad, por convertirlos en dioses. A alguno hasta le hemos puesto ese sobrenombre. Cuando lo único que son es, en el mejor de los casos, buenos, extraordinarios futbolistas. Y poco más.

Pero ellos piensan que, por ser vos quien sois, se les va a perdonar todo. Y hasta reír sus gracias. Incluso desaparecido el ‘señor Lobo’.

Más que poder.

Vivir creyendo, convencido, de que jamás te pasará nada por ser quien eres ha de ser tremendo. Es más que tener poder. Es tener impunidad. Saber que has hecho lo que has hecho y, sin embargo, presentarte ante los Mossos o ante la mismísima jueza como si no hubieses hecho nada o, peor, como si lo que hiciste lo considerases normal (¿como tantas otras veces que te lo taparon?). Es creerte intocable.

Puede que sea un problema de educación, de urbanidad, puede. Es, desde luego, un problema de creerte único, impune, amoral, desde que firmas tu primer contrato, tal vez como alevín, hasta que tu esposa te regala un Rolls Royce con un lacito rojo para engrosar un garaje con 15 automóviles increíbles. O cuando le escribes a tu presidente y le dices “bájele la ficha a todos menos a mi amigo y a mí”.

Mejores abogados.

Cuando te has movido por la ciudad sin dinero, sin visa, porque jamás la necesitaste y, encima, contabas con la protección del ‘Señor Lobo’, cuando las discotecas eran tu club privado y sus ‘gorilas’, sus ‘seguratas’, te lo proporcionaban todo y hacían la vista gorda, pensaste que jamás te pasaría nada.

Y, ahora, ya ves, debes contratar un buen abogado (los cuatro mejores ya han pedido informes tuyos y van persiguiendo tu expediente para ofrecerte sus servicios) para que te saque de la cárcel, porque, al no estar acostumbrado, ni siquiera acertaste con el letrado adecuado y la jueza, que flipó cuando no supiste confirmarle si la ficha que cobrabas en México era anual o mensual, decidió enviarte a prisión.

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