Todo pasa y todo queda

'L'alegria que passa'.

'L'alegria que passa'. / Dagoll Dagom

Pere Estelrich i Massutí

Pere Estelrich i Massutí

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Dagoll Dagom

Auditori de Manacor

25/11/2023

Todo pasa, como la alegría, que se para en el pueblo gris para continuar dejando algo, poco, de poesía. “Os quedáis con la prosa, la poesía sigue su camino”, dicen los cantantes que por un día recalan en ese pueblo gris que retrató Santiago Russiñol y que han adaptado los miembros de la compañía Dagoll Dagom o mejor dicho, Ana Rosa Cisquella y Marc Rosich, que son quienes firman la versión. Una adaptación que sirve para decir adiós, un adiós que ya nos gustaría pensar que es un “hasta luego”, pues los de Dagoll Dagom han marcado historia, han dejado huella en el teatro musical en catalán.

¿Qué grupo teatral puede contar en su currículum con tantos éxitos como Dagoll Dagom? ¿Qué compañía ha logrado llenar teatros y auditorios durante tanto tiempo? Sí, durante tantos años, pues su Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos es de 1974 y aquella mítica Antaviana de 1978, nada menos. 

Cincuenta años después de aquella adaptación de un texto de Rafael Alberti y cuarenta y cinco de la de los cuentos de Pere Calders y de haber versionado a Guimerà, Vázquez Montalbán, Bernard Shaw o al dúo Gilbert y Sullivan, entre otros autores reconocidos, Dagoll Dagom nos deja con la miel en los labios con esa L’alegria que passa, tan llena de vida, de música, de amor y de reivindicaciones. Sí, reivindicaciones; pues de eso, de denunciar cosas tan actuales como la violencia de género, la corrupción y el caciquismo va la historia. Pero también va del amor, del deseo, de la esperanza, del sueño que todos tenemos y podemos o no alcanzar.

Y todo ello a través de un espacio escénico muy a lo West side story, con una música de Andreu Gallén, que mezcla géneros vocales como el rap, la balada y la melodía a lo Moody blues, y todo con el acompañamiento de unos pocos elementos instrumentales: unas guitarras, unos teclados y unos ritmos elaborados por unos sintetizadores, que manejan todos los actores, indistintamente. ¿Actores? No solamente son eso, son también cantantes, músicos, bailarines, acróbatas, incluso.

De sobresaliente las coreografías de Ariadna Peya y muy notable la iluminación. En definitiva, un espectáculo que hizo que el público, puesto en pie y que llenaba el Auditori de Manacor, aplaudiera durante más de cinco minutos, que son muchos, sin duda.

Cuesta decir adiós a Dagoll Dagom, sobre todo a los que hemos seguido sus pasos durante más de cuarenta años y que hemos llorado, emocionado, reído, disfrutado, alegrado con ellos. Y es que, con grupos como este, la alegría llega pero no pasa, perdura en el recuerdo.