MÚSICA CRÍTICA

Manuel de Falla y la isla

Pere Estelrich i Massutí

Pere Estelrich i Massutí

Tiene mucho sentido programar en una misma sesión obras de estos dos compositores, Maurice Ravel y Manuel de Falla, puesto que le da, al concierto, un aspecto compacto. Pensemos que estos dos músicos son prácticamente coetáneos y con carreras algo paralelas. Veamos:

Ravel nació en 1875 y Falla en 1876. Ambos trabajaron en Francia. Ambos bebieron de las tendencias impresionistas. Ambos estuvieron interesados por la música española. Ambos trabajaron la forma ballet.

Así que, en efecto, que suenen en un mismo programa obras sinfónicas de estos dos músicos es una cuestión de coherencia.

Y así fue como en el concierto que ofreció nuestra Simfònica el pasado jueves en el Trui (y repitió el viernes en Manacor), estos dos grandes del Impresionismo y del Nacionalismo musical, pudieron escucharse juntos (es un decir), para el bien de los aficionados que, como es habitual en esas sesiones del teatro de Son Rapinya, son menos de los que la formación se merece.

Dos obras destacaremos por encima de las otras, pues si bien la interpretación se movió en todo momento por cauces más que notables, fue en Ma mére l’oye del francés y El sombrero de tres picos del gaditano, cuando Pablo Mielgo sacó de nuestros maestros todo su potencial.

En 1908 Ravel escribió 5 pequeñas piezas para piano a 4 manos, con el nombre genérico de Ma mère l’oye, dedicadas a Mimie y Jean Godebski, hijos de una familia a la que frecuentaban los intelectuales de la época. Las piezas se basan en cuentos que había recopilado Perrault en un libro titulado así, Ma mére l’oye: Pavane de la belle au bois dormand, Le petit poucet, Laideronette impératrice des pagodes, Les entretiens de la belle et de la bête y Le jardin féérique.

Estas obras para piano a 4 manos fueron pasadas a orquesta un año después (1911) y posteriormente se convirtieron en un ballet (1912) con la inclusión de algunos movimientos más: Introducción, una danza y unos Interludios.

Pues bien, fue en la interpretación de esos cuentos cuando la Orquestra sonó espléndida, comedida, sin aspavientos, consiguiendo lo que los impresionistas pretendían: «hacer sentir el aire». Y así fue. Sentimos toda la atmósfera raveliana que esos cuentos musicales contienen.

En el mismo nivel sonaron los ritmos y melodías de la segunda Suite de El sombrro de tres picos de Manuel de Falla. Un ballet que, bajo la dirección del gran Ernst Ansermet se estrenó en Londres en 1919 y con decorados de, nada menos, que Pablo Picaso. La coreografía estuvo firmada por Leonide Masine, otro de los grandes de su época. Poco después del estreno, el mismo compositor dividió esa música en dos fragmentos en forma de Suites, la segunda de las cuales fue la que, de forma sobresaliente pudimos escuchar en vivo.

Y para terminar ese comentario, recordaremos que Falla vivió un tiempo en Mallorca, invitado por Joan Maria Thomàs, donde compuso su Balada de Mallorca, para coro, sobre una obra de Chopin . Para entender mejor esa estancia mallorquina, es imprescindible leer un libro memorable, escrito en 1947, Manuel de Falla en la isla y que reeditó Sa Nostra hace años.

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