Ibiza, en riesgo de morir de éxito

Jordi Bianciotto

El turismo anidó en Ibiza a partir de los años 60 abriendo grandes esperanzas a una población mayormente agrícola que acogió a los guiris con un espíritu abierto, sin juzgar sus costumbres y viendo ahí una oportunidad para mejorar sus condiciones de vida, cuenta Pepe Roselló. «Cuando han venido los franceses, los ibicencos han aprendido francés. Y cuando se ha tenido que hablar inglés, se ha aprendido inglés, y alemán, y sueco…».

Pero, seis décadas después, esa Ibiza acogedora corre el peligro de morir de éxito, devorada por una noción del ocio invasiva y con ribetes elitistas que lo pone todo patas arriba, viene a decirnos este pionero del ocio nocturno en la isla, creador del histórico Capri-Playboy Club (en 1965) y de esa catedral lúdica llamada Space (1989-2016), que fue elegida como mejor discoteca del mundo en más de una decena de ocasiones por prescriptores como la publicación Dj Mag o los premios IDMA (International Dance Music Award).

Pepe Roselló, que recibe a este diario en su oficina en Sant Antoni, transmite un aire de hombre de orden, atento y cortés, que te habla de usted y que poco asociarías con la algarabía discotequera hasta que reparas en las fotos que decoran las paredes: sí, es él, dándolo todo en la cabina de DJ junto a Fatboy Slim. La suya parece ser una diversión con civilización, y por ello se muestra enojado con el rumbo que ha tomado el ocio clubber en Ibiza. «El mes que viene cumpliré 87 años. Hago artículos en la prensa que a veces son agresivos, y alguno no me lo publican. Pero, bueno, si a corto plazo puedo aportar algo…», desliza, preocupado porque, a su juicio, Ibiza«ha querido copiar el modelo turístico de Las Vegas» para crear «centros lúdico-comerciales de lujo» con sus hoteles-discoteca y sus exclusivos beach clubs.

En ningún otro lugar

¿Qué ha ocurrido? El giro, explica, hay que situarlo en 2012, cuando una nueva ley turística, aprobada por el gobierno balear de José Ramón Bauzá, incorporó el concepto de club de playa, «sin definirlo ni precisar qué puede hacer y qué no», apunta Roselló, y «permite a los establecimientos turísticos ofrecer actividades secundarias». Que pueden llegar a ser más importantes (y aparatosas) que las primarias. Desde principios de los 90, las discotecas en Ibiza deben insonorizarse y renunciar a los espacios al aire libre para evitar conflictos vecinales, un punto que ahora, denuncia Roselló, los hoteles están sorteando.

El caso paradigmático, que él sitúa como la locomotora de todo este proceso, es el Ushuaïa Ibiza Beach Hotel, con 417 habitaciones y cuyas sesiones diurnas de clubbing al aire libre, en torno a la piscina y frente a la playa, operan con un aforo de 7.000 personas. «¿Cómo puede ser eso? Es una actividad que no está ordenada, y la administración se lava las manos. El hotel tiene una piscina en la que no tocas el fondo. ¿Y si hubiera una avalancha?», piensa en voz alta. «Tuve ocasión de decírselo a la presidenta Francina Armengol y me dijo que en Ibiza pasan cosas que no pasan en ningún otro lugar de Baleares».

Ibiza es ese lugar del mundo en el que, al llegar, en el mismo aeropuerto, te reciben vallas publicitarias que anuncian a David Guetta y a los DJ de la temporada. Punto este generador de una «guerra sin cuartel». El hotel-discoteca y el beach club, con música diurna «a más de 120 decibelios», han proliferado en la playa d’En Bossa y en Sant Antoni, y resultan ser «una bomba atómica», según Pepe Roselló, porque «el ruido se ha propagado por la isla sin control», estima. «Hay zonas, como Portinatx, donde el turismo familiar ha desaparecido, barrido por los hoteles para adultos», ese eufemismo que da vía libre a la sesión discotequera. El modelo de Ushuaïa Hotel se ha extendido, lamenta Roselló, a otros como el Hard Rock y el Ibiza Rocks. «Hay una invasión de la actividad diurna que lo compromete todo».

Destruye la convivencia

Y como guinda del pastel, un culto al lujo que, a su parecer, «destruye la convivencia» y «tergiversa» la motivación que, seis décadas atrás, impulsó las primeras salas de fiestas y clubs. La cultura vip, en auge desde hace algo más de una década, encaminada a hacerte sentir especial mientras miras a la multitud bailando amontonada en la pista desde tu atalaya reservada, se traduce en mesas exclusivas que requieren consumiciones mínimas de 5.000 o 10.000 euros. Se han visto cuentas con botellas de champán de 40.000. Unas sumas, estas, a su vez, necesarias para sufragar el caché de los DJ estrella. Así es el juego. En las franjas más bajas de la pirámide, una clientela multitudinaria que puede pasarse un año ahorrando para poder llegar a tocar, o husmear, esos reflejos del lujo. «Todo el mundo quiere subir un escalón: si estás abajo, aspiras a la zona media; si estás en medio, sueñas con compartir espacio con estos multimillonarios». El aura de Ibiza no se agota precisamente, como ilustra el paso, este verano, de vedetes como Mick Jagger y Leonardo DiCaprio.

Pero, para Roselló, «no podemos confundir la Ibiza verdadera de la Ibiza del lujo, que se basa en capitales apátridas que se aprovechan de las plusvalías creadas previamente por quienes han desarrollado la noche en la isla», cavila el empresario, actual presidente de la asociación Noches de Ibiza, desde la que trata de marcar distancias respecto a esa actividad diurna, que ve desbocada. «Se ha perdido calidad medioambiental y los equipamientos no se corresponden a los precios. Muchos hoteles ni siquiera cumplen la ley: establecimientos de cinco estrellas que no tienen aparcamiento. Y cada vez que hay tormenta tienen que cerrar playas porque hay vertidos de aguas fecales».

En la génesis de toda esta evolución, Pepe Roselló no se corta al citar un nombre concreto, el del empresario Abel Matutes, que «desde su posición de poder lo controla todo», y a quien ve como «el artífice de todo este movimiento de lujos y extravagancias».

Matutes es el dueño de Ushuaïa, y del Hard Rock Hotel, y desde hace poco, también del clásico Privilege (exKu)… y de Hï, la discoteca que ocupa el espacio, de su propiedad, situado frente a Ushuaïa, que dejó libre Space tras su cierre el año 2016 (al expirar el contrato de alquiler, que Matutes rehusó renovar para crear así su propio club). A juicio de Roselló, el que fuera también ministro de Exteriores con José María Aznar es «una persona que se ha acostumbrado a entender la isla como patrimonio suyo, y la clase política le ha dejado hacer».

Rumbo a Italia

Space cerró y no ha encontrado su lugar en esta Ibiza tan cambiada respecto a la de 1989 (o 1965), si bien la marca permanece: el verano pasado abrió en Sant Antoni el restaurante Space Eat & Dance, y ahora prepara la apertura de una discoteca en Italia, en la localidad adriática de Riccione. En su historial, Space cuenta con incursiones en medio mundo, de Nueva York a Shanghái.

Nada parece frenar, pese a todo, a Pepe Roselló, el tipo al que, en pleno franquismo, la guardia civil requisó 500 vinilos extranjeros que tuvo que volver a comprar en subasta (además de pagar la multa), y cuyo Capri-Playboy Club frecuentaron figuras como Juan de Borbón, el empresario Richard Branson, la princesa Smilja y cantantes como Massiel y los Bee Gees.

El año pasado vio la luz su oceánico libro de memorias, Pepe Roselló. La Ibiza vivida (del periodista Xescu Prats), y él sigue viendo la música y el ocio nocturno como «sinónimos de armonía, cohesión social, identificación personal», y no como un «elemento distorsionador», suspira. Sin dejar de lamentar que «ha habido una traición al espíritu de Ibiza, a lo que la isla representaba».