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Entrevista

Paco Tomás: «Hay que coger el dolor y convertirlo en algo bello o que sirva para aprender»

«Tenemos que acostumbrarnos a pedir perdón más a menudo, aunque no solo significa disculparte, sino sobre todo cambiar»

Paco Tomás, autor de 'Coto privado de infancia' Jesús Ugalde

El escritor, guionista y periodista Paco Tomás (Palma, 1967) publica Coto privado de infancia, su segunda novela, «cruda, sincera y conmovedora». Narra los recuerdos del acoso escolar y malos tratos sufridos por un hombre gay que no ha curado sus heridas.

¿Es autobiográfica?

Hay mucho de mí en Tomás Yagüe, el protagonista. A veces pienso que demasiado. Pero creo que en el fondo todos los autores y autoras hablan de ellos en sus novelas, incluso en aquellas que parece que no, como J.K. Rowling en Harry Potter o Ray Bradbury con su terror y ciencia ficción.

¿Ha recuperado con este libro «la voz silenciada»?

Sí, creo que la he recuperado, aunque la voz sigue curándose.

Pese a que «las grietas nunca se cierran del todo», ¿cuál es la mejor masilla para taparlas?

Pienso que acudir a terapia, a la que no hay que tener miedo, conocerte, reconciliarte contigo mismo y con cosas que te han ocurrido en la vida puede ser de alguna manera sanador, aunque también estético. Sin embargo, las grietas siguen ahí, debajo de la masilla, y con cualquier traspié se vuelven a abrir y entran todos los fantasmas, todos los miedos, los mismos de cuando era niño.

El protagonista no se vuelve a encontrar con sus agresores de la infancia. ¿Fue intencionado?

Sí. Lo que me interesaba no era que se enfrentase a ellos, sino que aprendiese a gestionar su dolor. Todos sufrimos en la vida, todos tenemos algún tipo de dolor. La cuestión es conocer qué somos capaces de hacer con él.

Hay quien se aferra a él.

Igual que el protagonista, que así acaba forjando su identidad y alimentando su vida. Pero de este modo se construye algo que es muy peligroso si no se gestiona bien: la víctima. A veces sientes que el mundo te debe algo, pese a que no es así. Es un trabajo que tiene que hacer uno mismo, en su interior, sin reprochar al mundo nada, porque nadie va a venir a pedirte perdón. La actriz Carrie Fisher, la princesa Leia en Star Wars, dijo en una ocasión: «Coge tu corazón roto y conviértelo en arte». Tuvo experiencias terribles con las drogas y una relación muy conflictiva con su madre, pero supo que no había que instalarse en ese dolor como si fuese una medalla. Hay que cogerlo para transformarlo en algo bello o que sirva para aprender y nutrirnos.

¿El perdón de quien hiere es suficiente para la víctima?

En primer lugar, no es habitual que te pidan perdón. Tenemos que acostumbrarnos a hacerlo más a menudo, aunque no solo significa disculparte, sino sobre todo cambiar. De nada sirve que te digan: «Lo siento mucho, no volverá a suceder», y que después lo hagan de nuevo, como el rey emérito, con retranca. Por parte de la víctima, cuando acepta ese perdón real, debe ser suficiente. No puede seguir torturándose con el dolor que lo ha causado.

«Las familias también tienen que salir del armario», afirma en el libro. ¿Qué les recomienda?

Que sean los aliados y aliadas de quienes deciden dar el paso de salir del armario. Darlo solo es muy difícil porque te enfrentas a numerosos miedos y una enorme inseguridad. Si la familia está a tu lado, es mucho más fácil, ya que se supone que es nuestro círculo más estrecho. Muchas dicen que lo aceptan pero crean un nuevo armario al recomendar que no lo cuenten al abuelo o la abuela o afirmar que es algo privado y no tiene por qué enterarse la gente. La familia debe salir contigo del armario para que cuando llegue una vecina cotilla y comente: «He visto a tu hijo dándose un beso con otro chico», tu madre pueda contestar sin ninguna vergüenza: «Sí, es su novio, ¿pasa algo?»

¿Si no se nombra no existe?

Es una manera egoísta de las familias de evitar comentarios y vivir tranquilas. Esa persona, sus emociones y sentimientos sí que existen, por lo que de este modo sufren, aunque era lo habitual en la época en que se desarrolla la infancia del protagonista, los años 70. Cuando se invisibiliza, no existe, y si no existe, se pueden cometer todo tipo de atrocidades sin que sean denunciadas. Por eso es tan importante siempre hacerte visible, ya que te otorga una identidad y unos derechos.

Muchos padres y madres se preguntan en qué fallaron. ¿Les pueden echar la culpa al libro de López Ibor sobre la sexualidad, a la Iglesia, al franquismo...?

Claro. Nuestros padres fallaron porque eran de una generación que había sido educada así. Les dijeron que la homosexualidad era mala y no tenían acceso a la cultura, a los grandes pensadores o a un cine libre. La sociedad era presa del fundamentalismo y del pensamiento reaccionario, pero quienes vivieron aquella época son conscientes de que fueron engañados para que odiaran a sus propios hijos e hijas.

El hermano del protagonista refleja que mucha gente sigue pensando como antes.

Este personaje me sirvió para mostrar el resurgir de todos los pensamientos que alimentaron a nuestros padres, el devenir del patriarcado en la actualidad, un lugar muy hostil para las mujeres, el colectivo LGTBI y cualquier persona a excepción del macho hegemónico. Este auge se enlaza directamente con las ideologías de extrema derecha, que se están asentando en las instituciones buscando aliados en la gente que ve sus privilegios amenazados por la cuestión que sea. Sobre todo se trata de hombres blancos heterosexuales, algo que ya de por sí es un privilegio, pero de pronto llega una mujer y les dice que no le toquen el culo y viene un homosexual con su novio de la mano. Empezamos a tener una voz propia, las mujeres se hacen fuertes en el feminismo, se van aprobando leyes, como el sí es sí, algo tan lógico como que el sexo sea con consentimiento... Para ellos todo esto es una amenaza a su statu quo y la extrema derecha lo aviva y les promete defender sus derechos.

¿Qué diría a quienes utilizan las palabras marica o maricón?

La sociedad no es consciente de que se trata de un discurso de odio o incluso un delito de odio, como cuando mataron a Samuel Luiz Muñiz en A Coruña al grito de maricón. Eso es homofobia y agravante en un juicio, por lo que hay que ser implacable con quien usa la palabra para discriminar, agredir y hasta matar. Otra cosa muy diferente es la utilización de las mismas palabras por parte de nuestro colectivo. Nos hemos apropiado de ellas si hablamos entre nosotros. Me defino a mí mismo como maricón porque hemos adoptado el insulto para desactivarlo, igual que hizo la cantante y compositora Zahara con su último álbum, Puta, que lo convirtió en algo positivo.

¿Los que callan son cómplices de los agresores?

El silencio y mirar para otro lado siempre convierte a uno en cómplice. Después se pueden analizar las razones por las que cada cual calla. Pero, ojo, todos hemos sido cómplices en algún momento de algo negativo.

¿Por qué hay agresores desde la infancia?

Dejando a un lado a quienes tienen una mentalidad psicótica y les atrae la violencia, que es un tema aparte, el problema radica en cómo sigue construyéndose la masculinidad. Los niños tienen como referentes a sus padres y el actual modelo de la sociedad, donde la violencia es una de las características más acentuadas. Crecen viendo que un tío es un tío de verdad si pega cuatro gritos, si da un golpe en la mesa y cosas así, por lo que esta violencia es una especie de reafirmación de la masculinidad. Está bien vista o, por lo menos, se asume, y eso los niños lo aprenden. En la novela, Tomás Yagüe es constantemente agredido por niños de su misma edad porque entienden que ser hombre es precisamente eso.

De adulto dice que «al menos ahora tiene nombre y existen protocolos». No obstante, sigue provocando suicidios. ¿Por qué?

Porque no hemos combatido realmente al enemigo. Estamos poniendo parches al patriarcado, pero no lo estamos cambiando en absoluto. Los grandes problemas de la humanidad actualmente tienen que ver con la gestión de la masculinidad de los hombres como Putin o los que se pelean a la puerta de una discoteca. Hay que cuestionar este modelo de masculinidad, entender que hay que desmontar los privilegios del hombre blanco heterosexual y dar paso a otra sociedad.

La hermana, Gloria, ayuda a poner el contrapunto positivo en la historia de Tomás.

Sí. Además, este personaje es una manera de reflejar a todas las mujeres que me han arropado a lo largo de la vida. Nunca me he sentido identificado con aquellos referentes masculinos que tenía a mi alrededor, porque estaban muy alejados de mí. No me podía comportar como ellos ni sentir sus pulsiones, pero sí me ocurría con los referentes femeninos, que son los que me han ido construyendo, incluso a día de hoy. Me llevo mucho mejor con ellas que con el hombre hegemónico. Y Gloria significa eso, la aliada, tan importante para mí.

La historia se desarrolla en Madrid, pero ¿es extrapolable a una ciudad como Palma?

Me fui con cuatro años y solo venía los veranos para visitar a la familia de mi padre. Cuando más tiempo estuve fue en los años 90, para hacer prácticas y trabajar, y ya tenía clara mi identidad. Sin embargo, estoy absolutamente convencido de que Palma en los años 70 era igual que Madrid y hasta peor, porque era una ciudad de provincias, y me imagino que para un niño gay debía de ser muy duro. La sociedad del franquismo que critico en la novela era la misma y ningún niño tenía herramientas para combatir eso. En los 90, pese a que mi orientación sexual ya estaba reafirmada, en Palma tuve que volver a meterme en un pequeño armario, porque cuando hacía prácticas vivía en la casa de mi madrina, ella no sabía que era homosexual y yo no se lo conté nunca.

¿Qué reivindica el Día del Orgullo, que se celebra este mes?

Lo mismo que hay que seguir reivindicando desde Stonewall, que estamos aquí, que tenemos derechos y libertades y no nos van a volver a poner la rodilla en el cuello. Este discurso no cambia desde entonces. Le podemos ir añadiendo causas urgentes que este año tengamos que incluir en la pancarta, aunque el discurso que lleva alimentando el Orgullo desde sus orígenes es simplemente que estamos aquí y no nos van a poner la bota en el cuello. Lo hemos denominado Orgullo porque, pese a que nos habían hecho creer que nuestra dignidad no valía nada, así demostramos que estamos orgullosos de ser como somos y no vamos a dudar ni un segundo más. Si volviese a nacer y me preguntasen siendo niño o adolescente si quería ser gay, diría que no, por todo lo que he sufrido en mi vida, aunque si me lo preguntan ahora respondo sin dudarlo que volvería a ser un pedazo de maricón.

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