-El próximo viernes se estrena Víctor Uris, els camins del blues

-Hace unos tres años y medio Javier Pueyo contactó conmigo y me explicó que quería hacer un documental sobre mí. Es un documental corto, de unos veinte minutos, hecho con mucho cariño. Yo explico algunas cosas mías, tampoco muchas, no es un documento biográfico. Yo estoy muy contento aunque al principio me daba algo de respeto. Sale gente hablando de mí, algunos músicos, periodistas… Está muy bien, es muy bonito. Hablan y opinan de música y de mí. Tampoco me lo merecía mucho porque yo no he hecho nada del otro mundo.

-Bueno, usted ha dado parte de su vida a la música, con brillantes resultados. ¿Qué le ha dado a usted la música?

-A mí la música me ha dado la vida. La música siempre me ha gustado. De niño unos se iban a jugar a fútbol y yo iba a cantar y tocar con mis amigos, o a un concierto, o escuchábamos algún disco, sin otra pretensión que pasarlo bien. Gracias a un disco de blues payés que cayó en mis manos, de Sonny Terry & Brownie McGhee llamado Drinking in The Blues, me quedé enamorado de esta música y empecé a comprar armónicas. La música fue un gancho para salir hacia adelante, en lo profesional y en lo anímico. La música es un gelocatil cojonudo.

-¿Antes del accidente se dedicaba a la música?

-Tocaba como cualquier boy scout. Tocaba la armónica y la flauta dulce, y cantaba con el coro de Pío XII. Iba a ese colegio, con don José (Bonnín), el único maestro del que tengo buen recuerdo.

-¿Harmònica Coixa también fue una escuela?

-Desde luego. Empecé a tocar gracias a Toni Reynés. Fue Reynés el que me cogió por un oreja. Sin él no sé lo que sería. No existiría como músico.

-La amistad, ¿una nota que nunca falla en la vida?

-Naces y te adjudican una familia, que puede ser cojonuda, anodina o una puta mierda, y te la tienes que comer con patatas, sí o sí. Los amigos los eliges tú. En mi caso ha sido uno de los pilares de mi vida. Sin mis amigos no sería nada, ni como armonicista ni como persona. Hace poco celebré entre amigos mi 60 cumpleaños. Estoy tranquilo, contento de llegar adonde he llegado. Ahora hay que ir a por los 70 y los 80, luego ya me da igual.

-¿Qué le mantiene en los escenarios a los 60?

-Subirse a un escenario es un privilegio que no tiene todo el mundo, pues disfrutas como un enano al hacer lo que te gusta. Y si encima te pagan, ya es la ostia. En mi tiempo, cuando andaba, trabajaba como todo el mundo y me levantaba por la mañana, como todo el mundo.

-¿De qué trabajaba?

-Trabajaba de botones en una oficina de graduado social. Me lo pasaba muy bien. Un mal golpe me llevó a disfrutar de la vida. Si hubiera andado véte tu a saber a qué me habría dedicado, a lo mejor me hubiera enganchado a la heroína que es lo que se llevaba en aquel tiempo.

-¿Recuerda el accidente, o lo ha borrado de su memoria?

-Lo tuve en la misma manzana en la que sigo viviendo. Las cosas importantes de mi vida han sucedido cerca de casa. Lo recuerdo todo, y no me duele. De las experiencias malas también salen cosas buenas. No me gusta estar en la silla pero la silla me ha traido cosas buenas, como la música. Repetiría la vida igual, lo único que cambiaría sería la muerte de mis padres, que fallecieron muy pronto. Se fueron uno con 42 y el otro con 49. A mis 19 años ya los había enterrado a todos, hasta el canario y el jilguero.

-¿Los escenarios ya están adaptados para las sillas?

-Como discapacitado, desde el 75, cuando tuve el accidente, hasta ahora, se ha avanzado mucho pero todavía falta mucho por hacer. El día que la gente descubra que todos somos discapacitados en potencia… Yo un día me levanté a los ocho de la mañana caminando y a las ocho de la noche ya no caminaba. Nadie me preguntó si me apetecía. La mayoría de escenarios siguen sin adaptar pero cada vez hay más. Si no lo están, uso el montacargas. Antes no había ninguno.

-Lleva viviendo en el barrio del Capitol toda la vida. ¿Ha cambiado mucho en los últimos 50 años?

-Sí. A mí me hubiera gustado siempre vivir en un pueblo y resulta que yo vivía en un pueblo sin saberlo, porque Palma era un pueblo, de calles sin asfaltar, de torrentes, sembrados y pájaros. Ahora ha crecido mucho y es muy grande. Pero es uno de los mejores barrios de Palma. Es acogedor, tiene de todo, hay gente de todos lados… Y no es nada conflictivo. Tan conflictivos son los inmigrantes como los de aquí, lo que pasa es que cuando hablamos de conflictivos solo pensamos en unos.

-Nada que ver con los años 80, cuando el Capitol sí era peligroso.

-En los 80 lo fue porque cuando entró la heroína en Mallorca, uno de los centros potentes fue la plaza Fleming. Ahí murió mucha, mucha, mucha gente. Gente guapa porque no era gente con problemas de desarraigo o familiares, era clase media normal y corriente, de familias tranquilas. La droga no entiende de nada cuando entra. Cayeron gente cercana y no cercana, pero todos conocidos. Fue un momento muy chungo, pero no solo para este barrio, para Mallorca entera. Mallorca fue uno de los tres sitios con más heroinómanos de España. Los récords chungos siempre los batimos en Mallorca.

-Ahora estamos batiendo los récords de turistas.

-A mí no me molestan los turistas. En España tenemos el vicio de darle la culpa a los demás. Si vienen muchos turistas será por algo. Yo no he visto a ningún turista que llegue con una pala y un pico y se ponga a hacer cosas. Son los mallorquines los que venden, alquilan y construyen. Y el mallorquín que no alquila su casa es porque no tiene casa.

-Hablando de extranjeros, usted tocó con Kevin Ayers. ¿Cómo era en las distancias cortas?

-Nos vino a ver muchas veces con Harmònica Coixa, en Valldemossa y Deià, y de vez en cuando subía a tocar con nosotros. Era un tío muy agradable, muy cercano y muy normal. Una lástima que se haya ido.

-También grabó con Antonio Vega, otro ilustre de la música.

-Grabé con él el tema La hora del crepúsculo, del disco Anatomía de una ola. La disfruté mucho. Estuve hablando con Antonio Vega dos o tres horas y fue una gozada.

-¿Por qué optó por el blues?

-El sonido de la armónica me ha gustado desde siempre. De niño tuve una caja de indios y vaqueros, de soldaditos, y ahí hallé una armónica. Me gustaba. Por mediación de una tienda que vendía por correo, Discoplay, vi un tío con una guitarra y una armónica, y me compré el Drinking in The Blues. Me gustó muchísimo y empecé a comprar a tope discos con armónica, cuanta más armónica mejor. Hablo de 1981. Antes de eso escuchaba música rock, folk, y de grupos muy diferentes. Me gustaban mucho los Beatles y la Creedence, en ese tiempo. El blues fue fundamental para grupos como Led Zeppelin y también los Beatles. Una música sencilla, el blues, que me llegaba y me emocionaba, y me emociona aún.

-¿Quién tocaba la armónica en Mallorca cuando empezó?

-No había nadie, y menos con este tipo de música. Bueno, había un señor que tocaba la armónica cromática, Val Tormey, un músico de jazz que tocaba con Manolo Bolao, creo que era inglés. Me fijaba en él aunque nunca hablé con él.

-¿Hoy son muchos los que le piden a usted consejo?

-A veces se me acerca gente que quiere que les ayude a tocar la armónica, no a enseñar, sino a ayudar. Luego se lo curran ellos. La armónica tiene ventajas sobre otros instrumentos. Primero, es fácil de transportar; y segundo, cuando soplas o aspiras, enseguida sale música. No sabes tocar pero el mero hecho de soplar te sale un acorde o una nota. Con la guitarra no sucede eso, ni con el piano. Es un instrumento muy agradecido. Con la armónica vas pillando, aunque si tienes alguien que te guía, mejor que tocar solo, como fue mi caso y también de la gente de mi época. Hoy hay muchos métodos por internet. La armónica, como el blues, está hoy de moda.

-¿Hay algún armonicista que le sorprenda hoy en día?

-Citaré tres: un mallorquín de Binissalem que toca con Toni Reynés, llamado Miquel Gomila ‘Gomi’, y también dos chicos jóvenes argentinos, Gaston Marchesani y Roberto Galli.

-¿Por qué está tan mal remunerado este oficio?

-Porque siempre se asocia al mal vivir. “Aquest serà un desgraciat”, dicen de quien quiere dedicarse a la música. “Mal rollo”, te dicen. Si eres músico, te dicen, por qué no tocas un rato. Y tú que eres albañil, ¿por qué no me levantas una pared en mi casa? No se valora este oficio. Siempre ha sido así, desde que alguien le dio un golpe a una madera e hizo toc, y otro con una piedra hizo crac. Toc, crac, toc, crac, toc, crac... Eso es lo que nos tocan a los músicos, los toc, toc. Los músicos estamos perseguidos. Ponte a tocar tu de noche, y verás que pronto te denuncia un vecino. Ahora, si lo que suena por la noche es una película porno, un partido de fútbol o una traca de cohetes, pues nada, fiesta. Y si el vecino es del equipo que ha marcado el gol, pues a lo mejor viene e incluso te besa la frente.