Criticar la incompetencia de Sara Carbonero como periodista no es machismo: sí lo es primar cansinamente su cara bonita por delante de la preparación, el talento y la categoría contrastada, y ante ello nadie se puso a flamenquear. Los lumbreras que diseñan para nosotros la mejor televisión de África siguen empeñados en que una monina comunica más que alguien que entienda lo que está leyendo. La misma preponderancia de hoy en la(s) forma(s) antes que en el contenido nos llevará igualmente a tener el mejor sistema educativo de África.

Los que somos gordos y feos ya conocemos nuestra condena: nunca besaremos a Íker Casillas, prototipo de héroe moderno e icono mundial, pues acumula toda su destreza y rapidez en pies y manos. Fachadas deslumbrantes ya han demostrado su inconsistencia (Pilar Rubio) y la demostrarán (Patricia Conde). La primera división mediática la marca la ropa interior: posado en calzoncillos para ellos, en bragas para ellas.

La culpa no es de todos ellos, sino de quienes titulan por sus intrascendencias: nunca fue tan noticiable ir a la playa o dejarse perilla. Es así que pijas insulsas (Kate Middelton) o botijos horteras (Michelle Obama, Nicolas Sarkozy) son elevados de un día para otro a la categoría de referentes en estilo. El antiperiodismo adjudica virtudes gratuita y servilmente, y ahí tenemos otra crisis. El caso botijo, por cierto, produjo otra supuesta afrenta: se vio machismo en la denominación para ella; nada cuando se dijo de él. Mala deducción: un botijo es un botijo.