OBITUARIO

El electrizante

El filósofo Jürgen Habermas publicó en el Süddeutsche Zeitung de Múnich el 25 de noviembre pasado, un día después de la muerte del ensayista, esta necrológica traducida por Luis Meana

El electrizante

El electrizante / Jürgen Habermas

Jürgen Habermas

Le consideré siempre el más inteligente de nuestro año de nacimiento. Se le podría haber llamado el muy Dotado1, si no fuera porque ese término tiene algo ambiguo que puede despertar dudas sobre su capacidad para realizar cosas, que la tuvo desde muy pronto y fue siempre deslumbrante, y sobre sus variadísimas capacidades, desde luego nada habituales. Sus primeros poemas marcados por Brecht y Benn, los panfletos que demostraban muchas lecturas y el tono propio de la Ilustración, los sorprendentes descubrimientos de sus «excavaciones» culturales, los ensayos literarios, los artículos críticos y los precisos Detalles2 fueron una bomba en la paralizada República de Adenauer. Quien, como yo, tenía en 1957 la misma edad que este escritor apenas conocido quedó electrizado por el tono de su Defensa de los lobos, por su crítica al estilo Adorno al Lenguaje del Spiegel y, poco después, por la mirada anarquista de Política y delito.

Le conocí personalmente a mediados de los 60, en casa de Sigfried Unseld3 en la Klettenbergstrasse, en las veladas en las que reunía a un pequeño círculo de autores de la Editorial. Max Frisch disfrutaba allí de una autoridad indiscutida, lo mismo que el más bien silencioso Peter Weiss, cuando, ocasionalmente, viajaba desde Oslo para participar en estos debates, y que tenía la autoridad del autor de gran éxito. Pero Enzensberger y Walser eran los dos elementos «jóvenes» dinamizadores, a los que Unseld escuchaba con mucha atención. A Enzensberger porque valoraba su gran amplitud de lecturas, la gran riqueza de ideas y la impetuosa iniciativa de un Lector4 capaz.

En todo caso, Enzensberger pertenecía, junto a Frisch y Walser, a los autores que, en Nochevieja, ponían a Unseld ante el dilema de a quién había que llamar primero.

En 1965 tuve la oportunidad de percibir verdaderamente la extraordinaria riqueza de lecturas de Hans Magnus Enzensberger, y de su olfato para descubrir todo lo productivo en cualquier tipo de conocimiento o temática, hecho que se confirmaría cuando después fundó distintas revistas y, sobre todo, cuando se encargó de la creación / dirección de la Otra Biblioteca5. Acababa yo de llegar de un viaje a los EE UU y estaba orgulloso de haber «descubierto», gracias a distintos diálogos con una serie de colegas, la existencia de un autor totalmente nuevo y rupturista en el entonces floreciente campo de la Lingüística. En ese momento recibí una sorprendente llamada de Enzensberger: me preguntaba si quería escribir, para la revista que entonces editaba, la famosa Kursbuch, un artículo sobre Noam Chomsky, quien, en aquel tiempo, era un completo desconocido en Alemania, y del que él acababa de tener noticia. Incluso en este campo era el más rápido. Enzensberger encarnaba de una forma literariamente única la plasticidad del espíritu humano.

Desde los tormentosos tiempos del movimiento estudiantil sólo nos encontramos personalmente en algunas ocasiones. Pero su muerte me hace darme cuenta de nuevo de su incesante y viva presencia intelectual.

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