OBLICUIDAD
‘La señora March’, el mejor medio libro del año
El libro del año en castellano se titula La señora March, entre otras cosas porque fue escrito en inglés. El exotismo de la madrileña Virginia Feito al publicar inicialmente su Mrs. March en el único idioma verdadero, para descargar la traducción sobre una tercera persona, alienta pero no explica el ensordecedor zumbido o buzz generado por la novela. Cabe agradecer desde el comienzo a su autora que se salte la prosa agreste y reseca imperante en los escaparates, superpoblados de docenas de novelas somnolientas en que un ser humano se instala en la España vaciada, tiene un hijo y se cree que esta vulgaridad arranca de su órbita al planeta. Lo cual significaría que el mundo se estremece cuatrocientas mil veces al día, domingos incluidos. Quienes ya en los setenta fuimos castigados por Helga, el milagro de la vida, creíamos superada la conmoción natalicia.
Este artículo debió empezar confesando que su autor carece de la pericia quirúrgica imprescindible para diseccionar La señora March, que son dos libros en uno. Desde una aproximación acientífica, el centenar de páginas iniciales de la novela carecen de parangón en la literatura contemporánea, y mucho menos española. En ningún momento parece Feito una debutante, ejecuta la prosa feliz y oxigenada que favorecen los anglosajones, porque los españoles somos demasiado tremendistas y tenebristas para tolerar el paso ágil de una narración que no se precipita por el despeñadero.
La lectora recorre boquiabierta un ritmo narrativo que un exagerado remitiría directamente a Mark Twain, pero que el recelo hacia una principiante obliga a moderar en Jerome K. Jerome. Es curioso que Feito sea más cruel con su personaje desde la distancia irónica que cuando le clava los puñales del significado. Ni un maestro de la literatura puede mantener el ritmo desenfadado y contagioso durante tres centenares de páginas, así que La señora March se hunde sin posibilidad de reflotarlo en el nudo y desenlace. Incurre en un delirio psy curiosamente afrancesado, por contraste con su idioma original.
En el esprint postrero, La señora March precisaba de una edición que no ha recibido. Queda muy coqueto estampillarla con Hitchcock o Patricia Highsmith, pero no tiene sentido porque la similitud no garantiza continuidad. No les debe nada, un precedente no es un influencer. Y aunque la Mrs. March de fin de trayecto sea enojosa y engorrosa, merecedora de una cascada de desgracias, la ley de las compensaciones recomienda el mejor medio libro del año.
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