Margalida Galmés (Manacor, 1975) es desde hace tres meses la nueva presidenta de la Associació d´Agroturismes de Balears. Hace una década que conoce de primera mano la parte rural del sector, los problemas administrativos, la crisis dispar y la multiplicación del intrusismo durante los últimos años. Pero la recuperación del mercado alemán, el inicio incipiente del ruso y las nuevas estrategias, la hacen ser optimista.

–Usted también dirige la asociación Ruralcor de Manacor. ¿Cuántos agroturismos existen hoy en Mallorca?

–Así es, desde hace cuatro años estoy al frente de Ruralcor, donde se incluyen 21 de los alrededor de 100 agroturismos que están inscritos en la asociación balear. En total hay unos 300 censados por Turismo. Cuestión aparte son los ilegales...

–¿Sigue siendo un problema?

–Es inimaginable. La oferta ilegal cuadriplica la regulada. Nos perjudica más que los cruceros y el todo incluido juntos. Todas estas casas rurales no pagan impuestos, ni tramitación del proyecto, ni rehabilitación del espacio; y además ofertan camas a mitad de precio. Aunque la diferencia de calidad sea evidente.

–Ahora que menciona el todo incluido, ¿ha llegado también al turismo rural?

–De momento, no. Sé que algunos de nuestros asociados están estudiando la posibilidad, pero tenemos claro que, entre otras cosas, ofrecemos la cultura de la isla, cuidamos del territorio. El todo incluido nos haría perder el carácter, la calidad y la chispa. Lo que sí sucede es que cada vez más clientes piden estancias en media pensión, lo que significa que es necesario tener restaurante, un servicio que no todos los agroturismos pueden ofrecer.

–Después de un año complicado ¿Cómo se presenta la temporada estival?

–Ahora tenemos los dos extremos de la balanza. Desde aquellos que para los meses de julio y agosto tendrán una ocupación segura del 100%, hasta las fincas que se mueven en reservas de entre el 30 y el 35% y rezan para que haya demanda de última hora. Curiosamente a los más selectos les va a costar llenar. Todo depende de la estrategia, cada vez más enfocado hacia el turismo familiar y de la publicidad. Los tiempos en que el cliente alemán llegaba casi por inercia se acabaron. Hay que publicitarse más tanto en ferias internacionales como estatales.

–De todas formas, el germánico debe ser todavía el principal cliente, ¿o el estatal continúa ganando terreno?

–Si hablamos de porcentajes, el agroturista alemán ha vuelto a repuntar hasta el 70-75%. El resto de clientes están bastante repartidos entre suizos, británicos, franceses y españoles. El visitante peninsular que antes venía durante puentes o fines de semana y que hace poco representaba entre el 15 y el 20% del total, ahora debido a la crisis toma el coche y se va a un establecimiento cercano. El italiano empieza a llegar gracias al aumento de vuelos directos, como también lo hacen los turistas rusos, una de las grandes esperanzas a corto plazo.

–¿Y el mallorquín?

–Se podría decir que va más por modas. Si hasta hace poco era un cliente de fin de semana, ahora viene durante todo el día para la celebración de bautizos, aniversarios o santorales. El problema de esta fórmula es que no suelen quedarse a dormir y el agroturismo debe estar muy preparado.

–¿Cómo se pasa de ser agricultor o ganadero a empresario?, ¿Cómo empezó usted hace una década?

–En mi caso, mis padres y yo gestionábamos una explotación de 600 ovejas con la ayuda de amitgers cuando unos alemanes compraron una finca vecina y le ofrecieron un mejor sueldo al que nosotros no podíamos llegar. Había que hacer algo para mantener la explotación, nos gustaba el campo y decidimos probar. Mantenemos las ovejas, pero con un solo pastor.

–¿Es una buena época para abrir un agroturismo?

–Existen entre 1.500 a 1.600 plazas. No son muchas y creo que hay mercado para todos. Aunque hay que tener presente que el turismo rural no es una moda pasajera; quien lo vea así y quiera aprovechar el tirón no va a aguantar mucho tiempo. Actualmente solo se abren unos dos agroturismos de media por año. El requisito primordial para abrir un agroturismo es que deber ser una finca agrícola activa, y la construcción debe tener al menos 40 años de antigüedad. De hecho la idea inicial era la de utilizar los ingresos y la implicación de los visitantes en las tareas del día a día para ayudar a mantener la explotación.

–¿En qué ha quedado todo?

–De los ´colaboradores´ se pasó a los turistas, que no estaban demasiado interesados en las labores del campo y preferían descansar para volver ahora un poco a los inicios, al agroturista, interesado en conocer el trabajo del campo pero sin participar activamente en ellos.

–¿Qué diferencia hay entre un agroturismo y un hotel rural?

–El agroturismo es una finca activa con casa, que se alquila toda o por habitaciones; hay unos 70 en la asociación. El hotel rural puede estar en un pueblo o en el campo; hay 15 y no tienen porqué tener agricultura activa. Y después existe el hotel de interior, ubicados en zonas urbanas; también tenemos unos 15.

–¿Qué le pedirá al nuevo conseller de Turismo?

–Que nos tenga en cuenta y nos valore. Que sepa que, por ejemplo, cuando un cicloturista queda admirado por la belleza del campo mallorquín es porque hay alguien detrás cuidándolo. Y que controle de una vez por todas la oferta ilegal. A partir de hay podemos tomarnos los cafés que quieran y empezar a planificar.