A finales de la década de los sesenta, durante el boom turístico y la llegada de inmigrantes peninsulares a Mallorca, el extrarradio de Manacor empezaba a crecer. En la parte oeste de la ciudad, en los terrenos conocidos como Son Fangos, cada fin de semana familias enteras se afanaban en la construcción de pequeñas casas fuera del control municipal. El rápido crecimiento del barrio, durante años privado de electricidad y agua potable, hizo que el Ayuntamiento pronto amenazara con un desmantelamiento masivo.

En 1971, de hecho, sólo la rápida intervención de los propios vecinos unidos bajo la guía del joven abogado Pep Pinya y la circunstancia de que muchas propiedades pagaran ya impuestos consistoriales consiguió parar el desalojo. "Es cierto que en aquellos momentos los solares eran baratos y mucha gente se estableció de manera irregular, pero como en otras partes de foravila o en Porto Cristo por ejemplo", recuerda el desde hace diez años presidente de la asociación vecinal, Pep Montaner (Paterna, 1943).

Los años más tristes

Las décadas de los ochenta y los noventa, constituyen la época más oscura de lo que entonces los demás vecinos de Manacor denominaban con cierto prejuicio el Pueblo Español. Tiempos donde sus calles sin nombre (seguían las letras del abecedario) se llenaron de drogas y peligrosidad, creando un mercado ´libre´ donde la Policía no se adentraba de manera eficiente. "Todo eso ha cambiado de manera espectacular. Si bien es cierto que puede haber un par de familiar que vendan, lo cierto es que realizan sus negocios lejos de aquí y en ningún caso tiene nada que ver con lo que había", insiste Montaner mientras se adentra en la tristemente conocida calle D, otrora supermercado de estupefacientes y que hoy tiene el aspecto pausado del cansancio y la legalidad, transformada desde hace más de una década en carrer del Cirerer. "La vida aquí es tranquila, somos como cualquier barrio de la ciudad, yo no me iría de aquí por nada del mundo".

La otra gran lacra que hizo de Son Fangos un lugar poco deseable fue Recumasa. Concebida como desguace de vehículos para su limpieza y despiece, el solar, situado en pleno barrio, se llenó en cuatro meses de más de 2.000 coches acumulados en forma de montañas de chatarra sin tratar. Ni los ruidos, ni el humo de neumáticos, ni las muchas denuncias vecinales sirvieron para evitar que Recumasa se quemara hasta en tres ocasiones poniendo en peligro a todo el barrio. Tras la intervención municipal en noviembre de 2001, la empresa se trasladó al polígono industrial de Manacor.

El nuevo instituto

Pero lo que acabará por transformar sus calles será la apertura del nuevo macro instituto en septiembre. Eso significará más negocios, más seguridad y más familias que se animen a comprar los solares que restan "a precios muy asequibles".