Hubo un tiempo, unos años atrás, en que pudiéndose fumar urbi et orbi –es decir con bendeción incluida de prelados, académicos, alto estado, el generalato y demás–, se estilaban en ciudades como Barcelona los clubes de fumadores. Se fumaba, principalmente, cigarros, puros habanos. En Palma se hacía lo propio en un club vecino al restaurante Asador Aranda.

En la plaza Real en Barcelona, muy herencia británica, se mantuvo el Pipa Club sólo que con el vicio extendido democráticamente y, sobre todo, con las prisas que metieron en el cuerpo de fumadores los cigarrillos, los de la pipa pasaron a ser una especie en extinción.

Esos selectos clubes en los que el olor a whisky de Malta, a librería de caoba y a cashmere se confundían con el del tabaco de pipa fueron muriendo. Apenas quedan rescoldos más allá de cuatro viejas películas. Pero los empecinados fumadores ya han tomado cartas en el asunto.

Palma va a contar en breve –dicen que para Sant Sebastià– con un Club de Fumadores. Será el séptimo en toda España. Su dueño, el empresario Ramón Andreu, en estrecha colaboración con Rafael González, del Barito, aguardan cumplimentar los estatutos para inaugurar su club en la calle Sant Jaume, con entrada también por Armengol.

"Se trata de un local privado para socios, con restaurante no demasiado grande, no más de treinta comensales, en el que se llevarán a cabo catas de cigarros habanos", cuenta el propietario del bar de copas de la plaza Obispo Berenguer de Palau, a la que todos llamamos plaza de los Patines.

El fumar puros es asunto del dueño del Tast, Ramón Andreu, mientras que los cócteles es materia de Rafael. Ambos han hecho pruebas estas pasadas fiestas de Navidad en cumpleaños y fiestas privadas. Por el run run de la ciudad, parace ser que son muchos adeptos a la iniciativa que se ven aliviados del veto al humo público y que se apuntarán al fumando espero. ¡Con cohíbas como menos!

Mientras unos se adaptan a la norma creando iniciativas de viejo cuño como son los clubes privados donde fumar fue cosa sólo de hombres –es de prever que no van a poner límites en ese sentido puesto que fumar ahora es cosa de mujeres, en su inmensa mayoría–, otros agudizan el ingenio con menos presupuesto.

En el bar Quita Penas –un elocuente nombre, por cierto– situado en el barrio de La Soledat– han sacado una mesa y una silla donde sus clientes se alivian del mal echando pitadas.

No se le podrá tachar de incivismo porque, a diferencia de tantos otros locales donde su entrada se ha convertido en una alfombra de colillas, éste ha sacado un cenicero: una lata de hojalata, de esas que guardan conservas de atún o sardinas. Le ha colgado un letrero: "Si una multa no quieres recibir, tira la colilla aquí". Efectivamente, el bar en su humilde apostura, hace honor a su nombre.