Hace pocos días se presentaba en Palma un libro muy importante. Se trata de la tesis de Jaume Franquesa i Bartolomé "Sa Calatrava mon amour". Un estudio social y urbanístico de esta barriada tan emblemática del casco antiguo. El material recogido es impresionante: desde las batallas políticas entre asociaciones a los personajes, los cambios, los procesos de especulación, las diferentes visiones de ciudad. En medio de ese caudal, me llamó la atención una evidencia.

Los residentes históricos de esta parte de Palma recuerdan con nostalgia los tiempos en que todas esas calles estaban llenas de comercios. Te ennumeran con los ojos cerrados los hornos, el carbonero, los colmados, el zapatero... Los "calatravins" vivían en un espacio reducido, con la muralla por un lado, la Seo como último mojón, las iglesias y conventos, las plazas. Pero llevaban vida de barrio.

Hoy, con contadísimas excepciones, esos pequeños comercios han desaparecido. "Per qualsevol cosa hem de passar ses Avingudes" se quejan. Y es que el desarrollo de la ciudad ha sido bien distinto a uno y otro lado del cinturón avenidario. Hacia poniente, los usos son residenciales y especulativos. Hacia levante, ha crecido una barriada popular con todo lo que ello significa.

Esta famosa crisis tiene muchos orígenes. Pero uno de ellos ha sido sin duda la concentración económica y comercial en sectores cada vez más reducidos y oligárquicos. Las grandes cadenas, superficies, franquicias, han supuesto la ruina para muchos pequeños comercios, en nombre de la competencia y la modernidad.

Sin embargo, esa misma matemática ha forzado muchísimo el sector agrario, lo ha sometido a una situación insostenible. Ha estrangulado a los pequeños suministradores. Unas corporaciones invisibles manejan los hilos, hacen temblar las economías.

Y uno se pregunta si el mundo que saldrá tras la crisis no volverá de nuevo a los pequeños comercios. A esas tiendecitas de fruta que ahora vuelven a desarrollarse. A mercados más de barrio, más abarcables. Tal vez menos competitivos, pero más humanos.

Porque no deja de ser desolador y triste pasear por esas calles del centro histórico sin ningún comercio. Convertidas en un decorado para turistas y casas silenciosas.