De Singapur a Finlandia -por hablar de dos modelos muy distintos-, el éxito escolar determina en gran medida el futuro de un país. No se trata tan sólo de los conocimientos adquiridos durante los años de educación obligatoria, sino también de toda una serie de habilidades no cognitivas -de la perseverancia al autocontrol, del respeto a la curiosidad- que enriquecen el capital humano de una sociedad. Por desgracia Mallorca, al igual que el resto de España, sufre un persistente problema educativo que se sustancia en una tasa altísima de fracaso escolar y en unos resultados mediocres en competencias medidas a escala internacional. Analizar con detenimiento las causas y plantear soluciones ambiciosas que impliquen a la ciudadanía debería constituir un objetivo de Estado para nuestras islas. Y esto exige, a su vez, evitar las improvisaciones y los excesivos sesgos ideológicos que, con frecuencia, además de ser costosos para el presupuesto, no tienen ningún efecto positivo sobre los resultados académicos del alumnado.

Un ejemplo reciente de acercamiento equivocado al fracaso escolar fue el que llevó a cabo el anterior ejecutivo balear con el proyecto del TIL, aunque partiese de una premisa central indiscutible en una sociedad moderna -reforzar la enseñanza del inglés-: esta es, no en vano, la lengua de la ciencia, el comercio y la cultura global. Sin embargo, el TIL no llegó a funcionar porque el programa estuvo mal diseñado desde el inicio: se impuso en contra de la opinión del profesorado que debía implementarla, sin que estos contasen con la suficiente formación para impartir materias en un idioma extranjero y con un alumnado que en muchos casos tampoco disponía de los conocimientos lingüísticos necesarios para maximizar el rendimiento. Con una clara intención, sino la prioritaria, de mermar la presencia del catalán en la enseñanza, creando un problema donde no lo había. Las consecuencias fueron catastróficas y divisivas a nivel de centros, padres y alumnos; sobre todo porque además no tocaba la raíz del fracaso escolar en nuestras islas.

Cinco años después del TIL, el inglés sigue siendo una asignatura pendiente en nuestro sistema educativo, a pesar de los avances realizados. De acuerdo con los datos que hemos conocido esta semana, un 70% de los centros escolares imparte una materia en inglés y sólo un 12% ofrece dos asignaturas en esa lengua. Otros centros, en cambio, han optado por vías alternativas para reforzar la enseñanza idiomática, como sería la presencia cada vez mayor de los auxiliares de conversación, la apuesta por realizar intercambios con alumnos de otros países o el teatro. Se trata de iniciativas que todavía tienen que madurar para demostrar sus efectos positivos.

No hay soluciones milagrosas que pasen sólo por el voluntarismo de los centros. Sin duda, será necesario conjugar la flexibilidad en las propuestas con la imaginación y el esfuerzo económico de la Conselleria. La enseñanza del inglés exige en primer lugar una adecuada formación lingüística del profesorado, lo que lógicamente supondrá un periodo de varios años. Al mismo tiempo, sería sensato intensificar más la participación de profesores nativos, al menos en lo que concierne a grupos de conversación. Y, en definitiva, ningún proyecto lingüístico puede salir adelante sin una introducción gradual que vaya de abajo arriba, es decir, que ascienda curso a curso desde las etapas iniciales de infantil y primaria. Este gran esfuerzo que hay que realizar en el aprendizaje del idioma debe ser extensible al fracaso escolar, que afecta al sistema en su conjunto, así como a la mejora paulatina de las competencias adquiridas por el alumnado. Y precisamente porque el fruto de este trabajo sólo se podrá valorar dentro de unas cuantas legislaturas, no conviene perder el tiempo.