El gabinete Armengol afronta su primera crisis seria de gobierno, no controlada y precipitada por las circunstancias, en unos términos y contenidos desconocidos hasta ahora. La consellera de Transparencia y Cultura, Esperança Camps, muy cuestionada en las últimas semanas, presentó su dimisión en la tarde del viernes. Lo hizo después de una tensa mañana en la que nadie daba explicaciones concretas de su incomparecencia y en el día en que debía presentar su proyecto estrella, la ley de Transparencia que el Govern aprobó el mismo viernes.

Al final, la presión interna y externa ha podido con la consellera y Camps ha dimitido. Lo ha hecho reflejando notable enfado y decepción, arremetiendo contra sus cargos de confianza, a los que ha acusado de “deslealtad”, “irresponsabilidad”, “falsedad”, “hipocresía”, y de permanecer en un “victimismo cómodo”, aunque no ha admitido que su departamento estuviese paralizado. El partido que la catapultó a la conselleria, Més per Menorca, tampoco ha quedado exento de sus reproches. Ha intentado delimitarlo todo bajo el simple “juego político”.

La dimisión de Camps es una renuncia en términos insólitos que debe interpretarse, antes que cualquier otra cosa, como un problema doméstico de Més per Menorca y, más en concreto, de esta coalición en Ciutadella. La crisis le ha explotado a la formación en las manos, con notables repercusiones y ha acabado deteriorando a todo el Govern. Ahora se impone una reparación rápida, pero que no se vislumbra con claridad.

A Armengol no le queda otro remedio que el de consensuar con Més una personalidad de impacto y solvencia y un programa cohesionado y claro para Transparencia y Cultura. Eso, en el supuesto de que no sea oportuno aprovechar el incidente actual para acometer una recomposición más amplia del Ejecutivo. Debe hacerlo con mayor grado de implicación, sin tantos días de incertidumbre y menor obsesión por no quedar salpicada por la crisis.

Enfados y deslealtades aparte, está claro que la conselleria de Camps, clave por las materias de las que se responsabilizaba, no ha transmitido una imagen de eficacia y claridad en su gestión. Pero lo ocurrido también deja patente que el Govern Armengol no ha logrado desprenderse de algunos vicios del pasado y permanece dependiente de demasiados compartimentos políticos. Había prometido equipos de trabajo más y mejor cohesionados. Con la crisis y la dimisión forzada de Camps, que al final fue pactada por Més y PSOE, queda claro que la unidad de acción y la buena coordinación no están presentes en todos los departamentos. Los incidentes de los últimos días deben conducir, por necesidad, hacia la reparación de las brechas producidas, perfectamente evitables con mayor sentido de la confianza y una coordinación mejor engrasada.

La transparencia y la lucha anticorrupción son dos ejes vitales después de tantos años de irregularidades en la administración autonómica de Balears. Deben despejarse todo tipo de dudas en este ámbito. Por otro lado, la política cultural, la cohesión lingüística y los medios de información públicos también resultan trascendentes en la gestión del Govern. Estas son las competencias que tenía asignadas una Esperança Camps que ahora se va muy molesta con la gente de confianza y con el partido que la designó. Queda tiempo suficiente para la reparación de un incidente con graves repercusiones políticas, pero que también ocasionará daño mayor en la gestión pública si no se sabe elegir bien a las personas sustitutas. Nuevos tropiezos serían imperdonables.