Algunos graves problemas sociales permanecen soterrados salvo cuando se producen incidentes dramáticos, sólo entonces se proyectan sobre la actualidad y la conciencia colectiva. Son situaciones y carencias que todavía se ven agravadas por la coyuntura actual, cuando la precariedad laboral y la falta de recursos económicos dejan maniatado a más de uno.

Una de las mayores lacras de la sociedad que estrena el 2015 se encuentra en el oscuro mundo del maltrato a menores. Para situarlo en su dimensión real hay que hacer especial hincapié sobre la denominación del término porque ahora se trata de menores de edad inferior a los que padecían algún tipo de carencia elemental hasta 2007, justo antes de que se desatara la crisis económica. Las instituciones y profesionales responsables de la acogida a quienes, por el motivo que sea, no pueden convivir con su familia, resaltan que buena parte de los problemas que antes afectaban a adolescentes, ahora los padecen niños de menor edad.

Es real como la vida y la crisis misma, pero apenas se habla de ello en entornos alejados del problema, lo cual quiere decir, de forma directa, que la sociedad no tiene asumido como propio el drama tremendo del maltrato infantil. Es como si hubiera corrido un velo sobre ello, o mirara a otra parte mientras, como ha desvelado Diario de Mallorca esta misma semana, el mal va adquiriendo dimensiones crecientes y, para más inri, de forma casi inversamente proporcional se recortan los medios con que deberíamos afrontarlo.

A lo largo de 2014, el Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales (IMAS) habrá tramitado un total de 1.680 denuncias por maltrato infantil. Se entiende incluso mejor si se especifica que tal cifra comporta una media de cinco casos diarios en Mallorca. El instituto está desbordado y se ve obligado a crear a toda prisa nuevas secciones y departamentos específicos. No precisamente debido a expedientes por causas ligeras, porque, como apunta la jefa de coordinación del departamento, "son niños que nos llegan muy tocados, muy desestructurados".

Hablamos de menores que están sujetos a tutela oficial y acogida familiar, en una vivienda distinta a la suya, como consecuencia del abandono físico que padecen, la incapacidad de los padres por atenderlos, distintas formas de maltrato físico y psicológico o el abuso sexual. Llama la atención el alto incremento que desvelan las estadísticas de padres que se ven impotentes para atender las necesidades básicas de sus hijos, incluida la alimentación. Es una clara consecuencia de la falta de trabajo y recursos de unos progenitores que, agotados subsidios y ayudas oficiales, también han exprimido ya el soporte familiar o de entornos de su confianza. Se nota también un alto incremento de las denuncias por abuso sexual pero en este apartado, para ser realista, hay que puntualizar que su aumento no obedece a una mayor incidencia del problema, sino a las mejores capacidades para detectarlo. Pero el problema existe y perdura.

Lo que está meridianamente claro es que la crisis se ceba con especial virulencia sobre los más vulnerables y, de entre ellos, los menores de familias desestructuradas son los que permanecen más a la intemperie. Por eso han aumentado y se han diversificado de forma tan alarmante los casos de maltrato infantil. Sin embargo, lo más escandaloso es que, de forma paralela, se han ido recortando los presupuestos para paliarlo. No había ninguna previsión ni prevención sobre el recrudecimiento de una problemática que no era difícil de adivinar tal como se han ido desarrollando las cosas. Es un drama que está por encima de ideologías o partidismos. Y aunque hay iniciativas privadas y buenas intenciones para paliarlo, es ineludible exigir a los gobernantes que se comprometan en la resolución de una realidad a la que no puede dar la espalda una sociedad como la nuestra. Este tremendo roto en nuestro tejido social es una preocupante muestra de que en el teórico paraíso crecen las zonas muy oscuras.