El Presidente Mas convoca el referéndum de independencia para el nueve de noviembre. El futuro ya está escrito. Informe del Consejo de Estado, Recurso de Inconstitucionalidad, Suspensión Cautelar del Referéndum, pronunciamiento del Tribunal Constitucional prohibiendo su celebración. Automáticamente el Presidente Mas disolverá las Cortes Catalanas y convocara elecciones plebiscitarias. Se avista una rotunda victoria de la Esquerra Republicana, quién su líder Yunquera, en su discurso de investidura, formalizara una declaración unilateral de independencia.

Es el inicio de la desintegración de España a causa de la precariedad de hombres de Estado, con capacidad intelectual suficiente para tener una visión global de los problemas, que desde hace demasiado tiempo amenazan la estabilidad nacional conduciendo a los ciudadanos a un callejón sin salida. Ningún dirigente, sea catalán o del Estado Español puede mirar hacia otro lado; todos son responsables de la grave situación creada. El Estado por no poner en marcha los mecanismos de la Constitución con antelación suficiente, que evitara el órdago lanzado por el independentismo Catalán, no del pueblo catalán, contra España. El Gobierno catalán, con su presidente Mas al frente, por violentar y despreciar la legalidad vigente que nos dimos todos los españoles con la Constitución del 78; y que en Cataluña tuvo un apoyo masivo, superior a la media española y muy superior al apoyo que tuvo en su nuevo Estatuto de Autonomía.

Desgraciadamente hoy no se puede esperar ninguna mejoría en las relaciones entre Cataluña y España, o entre España y Cataluña, mientras los responsables políticos no sean capaces de hacer un alto en el camino y corregir previamente la ruta iniciada que, nos ha conducido a este fatal desencuentro. Para ello hace falta un verdadero y sincero diagnóstico de la enfermedad que padece España y que hunde sus raíces en una corrupción asfixiante, una administración elefantina, un descrédito galopante de las instituciones, una desvalorización de la política y de los políticos, y una proliferación de los particularismos regionales.

Aquí no se trata de ser optimista o pesimista. Se trata de ser realista. Se trata de aceptar que hemos entrado en una peligrosa descomposición del "poder político institucionalizado", en el cual el ADN de las formaciones políticas está impregnado de inmovilismo que, agravado por la dura crisis económica, ha hecho saltar todas las costuras del traje institucional.

El problema que tenemos, no es que hayamos fracasado en intentar resolver los defectos de antaño y los problemas actuales. El problema es que ni siquiera se ha intentado y ahora puede ser demasiado tarde. Hemos destruido todos los puentes y no hemos sido capaces de restablecer un deseo común, como Nación, capaz de transmitir la necesidad de una segunda Transición; tal y como si lo hicimos en el 78. Sinceramente pienso que el camino emprendido, desde la Generalitat, hacía la desintegración de España es un camino peligroso y equivocado. Y es que todos los esfuerzos se dedican a eludir una solución definitiva, que preserve todo lo positivo de más de 35 años de Democracia, e inicie una nueva etapa de fortalecimiento democrático, constitucional, de convivencia y de destino común, en donde todas las partes se sientan España y España sienta todas las partes.

Termino este comentario bebiendo de la sabiduría de Ortega y Gasset, cuando en su obra "España invertebrada" no recuerda que: "Mandar no es simplemente convencer ni simplemente obligar, si no una exquisita mixtura de ambas cosas€" para añadir más adelante "No viven juntas las gentes sin más ni más y porque sí; esa cohesión a priori solo existe en la familia. Los grupos y las regiones que integran un Estado viven juntos para algo; son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo".

Pongámonos manos a la obra y hagamos juntos algo por el bien de España y las por las nacionalidades y regiones que la integran. Si no lo hacemos hoy, mañana será tarde.