Jose se tomaba el periódico como algo personal. Por eso acabó su jornada del sábado a la una y media de la madrugada, mientras la isla entera se divierte. Había resuelto con su proverbial meticulosidad los problemas de la foto de portada del Mallorca, hasta pulir la silueta de Kevin García con la calidad que se autoexigía. Ayer domingo tenía que volver a trabajar, pero la muerte se interpuso en su formato más brutal. Su última jornada laboral no se diferenció de las miles que la precedieron, porque siempre actuó desde el respeto que le merecían de una parte los informadores, y de otra los lectores del diario.

Trabajar con Jose equivalía a la sensación de contar con un acreditado guardameta. Traducía su orgullo profesional en una gestión meticulosa de los detalles que a otros pasaban desapercibidos. En medio de la trepidación que impone la actualidad, era riguroso y templado, vigilante frente a los excesos que los redactores prodigamos por la pereza de ajustar un titular o de corregir un texto con el esmero que merecen sus consumidores. Confieso que he forzado tipografías, en la seguridad de que su arbitraje sabría decidir si encajaban en la coherencia que exige la presentación de un periódico al público.

Jose demostraba que un diario no es una marca abstracta, sino una actitud que se encarna en el comportamiento de sus integrantes. La atmósfera la fabrican las personas que la respiran. Militaba contra el descuido desde una concepción radical de la responsabilidad. Mostraba la forma más depurada de la educación, aquella que no supone la entrega de la personalidad propia. Era un hombre de fiar, a recomendar para cualquier empresa. Obligado a multiplicarse en tiempos de recortes, suministraba la tranquilidad del flanco cubierto a la perfección. Consiguió enmendar numerosos errores, y la culpa de los restantes fallos recae exclusivamente en quienes firmábamos los textos. En tiempos de frágil memoria, debe quedar constancia de su trabajo excelente. Muchas gracias, Jose, en nombre de tus compañeros.