La fuente en que beben las artes es el mundo psíquico, compuesto por las emociones, alegrías y sufrimientos de la vida de los creadores. La poesía, las letras de las canciones, los temas del cine o la literatura tiene al amor como contenido más frecuente. Deseos, esperanzas, frustraciones, sometimientos, posesión, tragedias, violencia, locura, plenitud y muerte. También humor, comedia y enredos. Una producción gigantesca sobre la temática del amor a lo largo de la historia parece demostrar que es una fuente inagotable.

En matemáticas se denomina combinatoria a una cantidad finita de elementos y combinación a una secuencia particular de elementos de esa combinatoria. Por ejemplo, cada palabra es una combinación de la combinatoria de las 24 letras del alfabeto, tanto como un número telefónico lo es de la combinatoria de los dígitos del 0 al 9.

Por mucho que buscásemos en la literatura universal desde los primeros testimonios arqueológicos pasando por la biblia hasta Almodóvar o Woody Allen, pareciera que la combinatoria del amor es un inalterable sistema cerrado compuesto por un puñado de elementos como deseo, idealización, ternura, entrega, celos, rechazo, posesión, decepción o éxtasis.

Siempre que se habla del amor, y el desamor, se piensa en el amor pasión, en el amor sexuado de los amantes. Pero el amor es un sentimiento que abarca todas las relaciones primarias, padres e hijos, hermanos, amigos y familiares políticos. Incluso llega a infiltrar las relaciones secundarias, la vida social que acompaña las alianzas complicidades, preferencias y conflictos, encuentros y desencuentros, de las actividades profesionales o deportivas.

Pero esta combinatoria como sistema finito y cerrado siempre es la misma, generando ilusión, expectativas idealización, proyección de los propios ideales en el objeto amado, pero, o mejor dicho por eso, también el dolor de la decepción cuando la realidad del objeto amado se impone contradiciendo lo proyectado.

Lanzarse a la epopeya de tener hijos, dedicarles la mayor parte de la energía y los recursos para ayudarlos a crecer es difícil sin el entusiasmo y las expectativas de obtener un principito, un genio, un campeón o, al menos una persona feliz y exitosa. Por si esto fuera poco, también a que semejante maravilla de amor forme eternamente parte del universo de los ilusionados y abnegados progenitores.

Pero, ay!, la psicología clínica de familias muestra con una frecuencia abrumadora los conflictos y decepciones en que suele desembocar ese cuento de hadas. La separación de los hijos de sus padres no es un limpio corte sino un desgarro. Es la acertada frase que pronunció Oscar Masotta, brillante ensayista, semiólogo, crítico de arte y psicoanalista, en una conferencia en Madrid en el año 1972.

El amor pasión de los amantes tampoco es concebible sin la explosiva embriaguez del enamoramiento. Técnicamente este estado mental se sustenta en tal nivel de idealización que los estudios de la psicología contemporánea lo comparan con la alucinación o el delirio. Más pronto que tarde la realidad se impone. Aunque no todo el mundo la acepta. "Mi gozo en un pozo" alude a la decepción entre lo esperado y lo encontrado. Las interminables crónicas policiales de la violencia de género son un producto de esta no aceptación. Como dice el título de la película de Patrice Leconte, La maté porque era mía.

En fin, que a mayor expectativas mayor decepción. A más mariposas en el estómago más peligro de descontrol e irracionalidad. Testimonio de ello un par de refranes populares: "Quien bien te quiere te hará llorar" y "porque te quiero te aporreo". Pero no se trata de huir hacia la soledad y el aislamiento ya que hay quienes logran un equilibrio sostenible, un aterrizaje suave desde las alturas y nuevos vuelos, son ellos los que de alguna manera recrean la ilusión y el motivo para celebrar cada 14 de febrero San Valentín con un dulce regalo a cambio de un beso.