El 18 de enero concluyó en Valparaíso, Chile, el Dakar 2014. Desde su fundación en 1979, el París Dakar, la prueba anual más dura del mundo lleva acumuladas 60 muertes. Algunas directas por accidentes de pilotos o indirectas por atropellos de espectadores. Incluso Thierry Sabine, su fundador, figura entre los muertos, y este mes murió el piloto de motos Eric Palante. O sea un negro promedio de 1.70 muertos por año. Jordi Zaragoza el preparador de uno de los pilotos, admitiendo las demenciales condiciones de riesgo de la competición, declaró "sin épica no hay Dakar". Posiblemente por y no pese a ello, es la competición más famosa del mundo con millones de seguidores entusiastas.

Otra afición popular, de las muchas en que el riesgo de muerte es esencial, la constituyen las corridas de toros. Es tal su atractivo que divide y enfrenta a vastos sectores de la población y partidos políticos. En Balears el PSOE fue derrotado el año pasado en su propuesta de voto secreto para rechazar del Congreso la declaración de las corridas como Bien de Interés Cultural. A nivel nacional se aprobaron disposiciones por las que ningún gobierno autonómico podrá impulsar leyes prohibitivas contra las corridas de toros y el Parlament de Catalunya tuvo que retroceder las prohibiciones posibilitando que vuelvan las corridas de toros al Monumental de Barcelona.

La lista de deportes asociados a la proximidad de la muerte es larga. Lo curioso es que intervenciones que bajen el peligro difícilmente son aceptadas. Por ejemplo neutralizar las puntas de los cuernos del toro o elegir caminos menos riesgosos para el Dakar. Digamos que si el torero no se expusiera a ser herido o muerto, las corridas perderían su atractivo.

Si bien este fenómeno social tiene muchas facetas, resulta interesante explicar 2 cosas extrañas. La primera es por qué algunas personas se sienten atraías a poner sus vidas en peligro, erotizando la muerte y la segunda es por qué grandes sectores de la población son atrapados a niveles casi hipnóticos al ser espectadores de una situación a la que ellos mismos no se expondrían nunca. Veamos la primer cuestión ¿qué es lo que lleva a los protagonistas a la pasión por el riesgo? Para la psicología clínica el perfil psicológico, corresponde a lo que vulgarmente se llama "persona de acción" y que en términos técnicos se asocia a una personalidad impulsiva, de baja tolerancia a la frustración y la espera. También a un déficit de simbolización.

En psicopatología se utiliza la expresión inglesa acting-out para describir precisamente las conductas en que se actúa en lugar de pensar. Supe de un mercenario que se jugaba la vida contratado en una de las guerras que desangran África, que aprovechaba los asuetos para hacer submarinismo en zonas de tiburones para matarlos a cuchillo. Muchos de los voluntarios de ONG que eligen destinos con alto riesgo de ser secuestrados o muertos son conscientes de lo que hacen, más aún, dicho riesgo no suele ser ajeno a la motivación que los lleva a esos proyectos. Podríamos agregar a este grupo a los reporteros de guerra. Al menos 70 periodistas perdieron la vida cubriendo conflictos y la violencia en las calles en Oriente Próximo en 2013, entre ellos 29 en Siria, indicó el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) en su informe anual.

Sin menoscabo del contenido ideológico, moral o político de tan diversas actividades, como psicólogo me interesa el hecho de que tienen en común la atracción por el riesgo. Hay al menos dos líneas explicativas de los procesos psíquicos involucrados en este curioso fenómeno.

La primera es que el riesgo es acompañado de excitación que cuando se asocia al placer se vuelve un fin en si mismo y es tan adictivo como la cocaína. Esta excitación involucra aspectos psíquicos y transmisores neurohormonales como la adrenalina. No todos los adictos son ignorantes o tontos, simplemente no pueden evitarlo. Su adicción es más fuerte que su razón. La segunda se relaciona a la omnipotencia que compensa la sensación inconsciente de fragilidad o inferioridad. "Dime de que presumes y te diré de que careces".

Los temerarios, como los drogadictos, necesitan repetir y en cada repetición aumenta su sensación de impunidad y su desafío a la muerte. Como suele ocurrir con frecuencia, mueren, pero eso solo ocurre una vez y así no hay sujeto que aprenda. Pasemos a la segunda cuestión, el fervoroso público espectador. Hay un comentario en la recomendable película Rush, dirigida por Ron Howard que narra la historia verídica del campeón del Formula 1 Niki Lauda y su eterno rival James Hunt. Lauda era y sigue siendo un hombre racional, metódico que intentaba minimizar riesgos e incluso se opuso a algunas carreras cuando la meteorología aumentaba el riesgo de las pistas mientras que James Hunt vivía según el principio de James Dean: "Vivir de prisa y dejar un cadáver bonito". En un pasaje de la película, James Hunt, aludiendo al poderoso atractivo que tienen los corredores con las mujeres afirma que su sexappeal se debe a su contacto con la muerte.

Esta explicación puede extenderse al gancho que tiene para los espectadores y la explicación que da la psicología radica en un mecanismo llamado identificación proyectiva por el cual el individuo proyecta un aspecto de su ser en otro que encarna ideales imposibles ya sea por tenerlos reprimidos o por el costo que supondría. Dicho en otras palabras, en el interior de casi todas las personas hay una galería de personajes y deseos que no se han podido realizar y que necesitan, aunque más no sea de prestado, una existencia.

Así es como todos ganan, los empresarios que llevan el negocio del espectáculo, los espectadores, que realizan por procuración y sin riesgo un ideal de proeza y los temerarios e impulsivos que se embriagan de acción. Extender el análisis al atractivo de contemplar un acto cruel como torturar y matar al toro o el brutal deporte del boxeo a lo que allí es proyectado nos llevaría a la agresividad oculta en el espectador, pero eso es otro tema y sobrepasa el horizonte de este comentario.

Por una mera cuestión probabilística, muchos de los que se la juegan, van muriendo, en cambio los del grupo de espectadores de las hazañas ajenas, los que solo gozan por identificación, lo seguirán haciendo mucho tiempo, por aquello de que "soldado que huye sirve para otra guerra".

*Psicólogo clínico