El mes pasado estuve en Tacloban, en Filipinas, poco después de que tifón Haiyan se convirtiera en el ciclón más destructivo de la tierra. A quienes vieran en los medios informativos la devastación provocada puedo asegurarles que, de cerca, la escala del desastre realmente me sobrecogió. Me hizo reflexionar sobre el mundo en que vivimos, en el que una riqueza mundial en aumento va de la mano de una fragilidad cada vez mayor. El cambio climático, el incremento de la población y la rápida urbanización explican que las catástrofes naturales se produzcan con mayor frecuencia y gravedad. Los costes combinados en todo el mundo son inasumibles: por primera vez, hemos asistido a tres años consecutivos en los que las pérdidas económicas derivadas de las catástrofes han superado los cien mil millones de dólares -más de setenta mil millones de euros.

Ninguno de nosotros está inmune frente a esta realidad. El año pasado, el huracán Sandy consiguió paralizar Nueva York, una de las mayores ciudades del país más poderoso del mundo. En 2011, el tsunami Tohuku y el incidente nuclear subsiguiente costaron a la economía japonesa un 4% del PIB. Todos somos cada vez más vulnerables. Para 2050, se calcula que la población urbana expuesta a los seísmos se habrá más que duplicado, alcanzando los mil quinientos millones. Pero los desastres no se detienen a las puertas de Europa. Dentro de la UE, las catástrofes naturales causaron unas cien mil muertes en la última década. Las inundaciones de este verano en Europa Central se calcula que han costado trece mil quinientos millones de euros.

Es evidente que deben reforzarse nuestros instrumentos de respuesta a las crisis. A lo largo de los últimos veinte años, la Unión Europea ha desarrollado la capacidad de reacción a las catástrofes graves, ya se produzcan dentro de nuestras fronteras, ya en otros lugares. El Mecanismo de Protección Civil de la UE coordina la asistencia prestada por los 32 Estados participantes en el mismo: ello permite una respuesta más eficaz que hace frente a las necesidades reales in situ, al tiempo que contribuye a evitar la duplicación de esfuerzos y el solapamiento de nuestras acciones. La semana pasada, el Parlamento Europeo adoptó, sobre la base de la propuesta de la Comisión, una nueva normativa que va incluso más lejos. Supone un cambio radical en el enfoque de la UE: un reconocimiento formal de que debemos abarcar todo el ciclo de gestión de catástrofes. Pone un mayor énfasis en la prevención de catástrofes, exigiendo a nuestros Estados miembros que preparen y compartan la evaluación de los riesgos, incluida la evaluación de su capacidad de gestión de riesgos. La nueva normativa lanza un proceso de análisis por homólogos y allana el camino para un registro de riesgos de la UE. Refuerza la capacidad de respuesta ante las catástrofes, mediante una mejor planificación de las operaciones de protección civil de la UE, y aumenta la calidad y la disponibilidad de las capacidades de reacción, a través de la constitución de un reserva común de activos de los Estados miembros, lista para responder inmediatamente a cualquier crisis. La normativa, asimismo, hace posible que la Comisión financie hasta el 85% de los costes en que incurran los Estados al trasportar ayuda a países azotados por las catástrofes en todo el mundo. Establece una cooperación más estrecha con la ONU en respuesta internacional en casos de desastre y nos permite aprovechar plenamente la experiencia de los Estados miembros en protección civil para las misiones de asesoramiento a los países en desarrollo.

Este trabajo se basa en el establecimiento, el pasado mes de en mayo, de nuestro Centro de Coordinación de la Reacción Urgente, una «ventanilla única» para solicitar y coordinar la ayuda de emergencia europea. El nuevo centro actúa como un punto de contacto y prestación de servicios en materia de gestión especializada de emergencias en todo el territorio de la UE, tales como ataques terroristas, pandemias, amenazas nucleares, así como de investigación científica y modelización de catástrofes. El camino recorrido por la UE en su respuesta a un mundo cada vez más frágil ha sido largo. Podemos construir una Europa resistente, que sea capaz de proteger a sus propios ciudadanos y de ayudar a otros con independencia del lugar y del momento en el que se produce la catástrofe.