La continuidad de Rubalcaba en la dirección del PSOE es deseada por los populares. Su permanencia es una de las cartas ganadoras con las que cuentan. Al PSOE le viene bien que Mariano Rajoy siga en la presidencia del Gobierno y al frente del PP. Confían en ello para tal vez poder doblar el brazo al PP. Bueno para el PP la permanencia de Rubalcaba; bueno para el PSOE la supervivencia de Rajoy. Que el presidente del Gobierno y el secretario general del PSOE sigan siendo la inevitable referencia de la política nacional no parece la mejor opción para España. Esa es la situación cuando presuntamente estamos iniciando el período vacacional de agosto, aunque no es probable que en 2013 haya vacaciones políticas al viejo modo, por mucho que Rajoy busque desaparecer un par de semanas. Las cosas siguen discurriendo a más velocidad que la que sus protagonistas desean. Es sorprendente que no puedan ni tan siquiera controlar la agenda. No lo hace el presidente del Gobierno, supeditado a las novedades que Bárcenas tenga a bien suministrar. Tampoco Pérez Rubalcaba sale de la mar montañosa en la que se ha adentrado el socialismo hispano; ahí está la última ola, de origen extremeño, que ha impactado contra la averiada nave: Fernández Vara, líder socialista de Extremadura, ha dicho que no ve a Rubalcaba protagonizando el futuro. Ni él ni nadie.

El Gobierno y el PP no pueden salir del laberinto por el que circulan con la esperanza de no toparse, en cada recodo, con Luis Bárcenas. Además de la prolija y concienzuda instrucción que desarrolla el juez Ruz, que ahora, a mediados de agosto, tendrá los episodios de las comparecencias como testigos de María Dolores de Cospedal, Javier Arenas y Francisco Alvarez Cascos, está el bloqueo político, del que costará desembarazarse aunque se posea la mayoría absoluta. El presidente Rajoy no dispone de la capacidad de maniobra que se supone está a disposición de quien opera con más de la mitad de los diputados de las cámaras legislativas. Le condiciona la situación económica, que ya se verá lo que nos depara, si se confirman las expectativas optimistas o se corroboran los negros presagios del Fondo Monetario Internacional, y la agitada fronda política. No es lo que se esperaba cuando está llegándose a la mitad de la Legislatura, y ya a tiro de piedra las elecciones europeas, las que abrirán las puertas a un largo período preelectoral, que concluirá con las elecciones municipales, autonómicas y generales en 2015. Rajoy no remonta en ninguna de las encuestas que se están publicando, incluida la del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS); de ahí la perplejidad que se adueña de los populares, que ven discurrir el tiempo sin ser capaces de atisbar perspectivas menos ingratas.

El PSOE también vive instalado en la perplejidad; anonadado e incrédulo: cómo es posible, cavilan, que ni un solo sondeo detecte una brizna de recuperación. Los socialistas, lo dicen en privado, asisten estupefactos al deterioro, por ahora imparable, de su partido, al que se le niega la remontada. Ni tan siquiera el vertiginoso descenso en la cotización electoral de los populares logra situarlos por delante. Rubalcaba no quiere irse, pero su tiempo concluirá antes de lo que espera. Es impensable que el partido socialista acepte incinerarse soportando a quien obtiene unos índices de desaprobación que alcanzan el noventa por ciento de los ciudadanos. Es curioso el empecinamiento de un hombre, unánimemente tenido por inteligente, obcecado en dejar reducido a escombros a un partido que con otros dirigentes, procediendo a una poda radical, podría disputar con ciertas garantías unas elecciones. Rubalcaba está asociado a las etapas económicamente más nefastas gestionadas por los socialistas. Con él, nada tiene que hacer su partido. Los españoles sencillamente no le dan crédito.

No sorprende que en las direcciones del PP y PSOE se apueste por la continuidad del adversario. Los socialistas piden enfáticamente la dimisión de Mariano Rajoy con la seguridad de que tal como están las cosas no la obtendrán. Tiene que aparecer una prueba de cargo contundente, inapelable, para lograr la renuncia. El deterioro al que se ve sometido el presidente es su principal y lamentable baza. Carecen de otra. Ni siquiera la de la economía: las recetas que pueda presentar Rubalcaba ni se escuchan. Al no creer en el personaje, se invalidan sus propuestas. En el PP hacen rogativas, invocan a las divinidades de la política, suplican por la pervivencia de quien les garantiza la neutralización del partido competidor. Saben que si el PSOE hace tabla rasa se verán en dificultades. No quieren oír hablar de su renovación.

Esa estrategia de los principales contendientes es un serio peligro para la estabilidad institucional. El año próximo Cataluña va a plantear el desafío de más calado al que habrá que enfrentarse desde la aprobación de la Constitución en diciembre de 1978 (hay que reparar en el dato: los españoles nacidos después de 1961 no la votaron. Son más del setenta por ciento del censo), de mayor contundencia que el intento de golpe de Estado de febrero de 1981. El proyecto secesionista del nacionalismo catalán, de Convergència y Esquerra, del Gobierno de la Generalitat, tiene la capacidad suficiente para romper el eje que mantiene los equilibrios políticos; nos puede meter de lleno en una situación inédita, que cogerá hechos poco menos que unos zorros a los dos partidos que tiene encomendada la fundamental misión de garantizar la estabilidad constitucional.

Atrapados como están PP y PSOE en sus propias miserias, cómo harán frente a lo que está por venir en 2014. Es dudoso que atesoren la fuerza necesaria para dar adecuada respuesta, y eso que lo de Cataluña va a requerir no poca decisión política.