Con ausencia del afectado que, según la portavoz del PP, Mabel Cabrer "hace muy bien en estar en Bruselas en busca de fondos para la insularidad y no en un debate reiterativo", el Parlament trató ayer una moción de Més pensada y estructurada sobre la farmacia del president Bauzá. Fue el despliegue de un guión predeterminado, sin salirse de los comportamientos de siempre: la oposición acusa, exige y hasta esboza el argumento y la sobrada mayoría del PP se escabulle con el "y tú más" y llama fariseo y demagogo a quien cuestiona planteamientos o posiciones del Govern.

Los plenos del Parlament se asemejan, cada vez más, a la producción en serie de una cadena de montaje. Todos tienen el mismo perfil. La originalidad y el sentido práctico están desterrados de una sala de las Cariátides que no goza del honor de producir resoluciones útiles para los administrados. Es el salón de las autocomplacencias. Y de la venganza política. Cada uno se aplica y queda con su propia receta, con el agravante de que, al final, no hay curación para la colectividad y sí comportamientos cuando menos opacos de alguna señoría. El medicamento, además de estéril, tiene efectos secundarios. Perjudicial a todas luces.

Formalmente, la moción de ayer versaba sobre el régimen de incompatibilidades de altos cargos. Cinco de sus nueve puntos versaban sobre la explotación de farmacias. Más claro, agua oxigenada. La moción de Més pretendía que los altos cargos titulares de una botica estuvieran obligados a nombrar un sustituto para el despacho profesional en el momento de incorporarse a la responsabilidad pública y que las empresas cuyo 10% de la titularidad también estuviera en manos de servidores públicos, no pudieran facturar a la Administración. En principio lógico, higiénico para prevenir tentaciones y suspicacias y hasta de estricto sentido común. Pero el PP, sin entrar en el fondo de la materia, zanjó la cuestión sentenciando que al Parlament no le corresponde pronunciarse sobre incompatibilidades. Es uno de los grandes dramas de la política balear actual. Se debate sobre lo obvio, acerca de los preliminares. Casi todo queda en los antecedentes de las propuestas de resolución apenas homologables con el sentido práctico y la eficacia.

Hay todavía un añadido preocupante que se acentúa en las últimas semanas. El empeño, como nunca, de limitar el sagrado ejercicio del debate parlamentario. ¿Es válido un reglamento que impide mentar al jefe del Ejecutivo? ¿En base a qué, la Cámara no puede promover resoluciones que vinculen a cargos electos? ¿Cuál es entonces su función? Ayer la oposición intentó su función de crítica y control, propuso algo, en contra de lo que muchas veces se le reprocha con razón y la mayoría usó la fuerza antes que la convicción. ¡Ah!, y Antoni Pastor paladeó un sorbo, nada nutritivo, de venganza.