Aún con el impacto y el estupor de la tragedia en la mente, empiezan a aflorar las preguntas que sacuden todos los esquemas y normas de una sociedad que se las da de estable, regulada y madura. ¿Qué lleva a un hombre a acabar con la vida de quien fue su esposa? ¿Era posible prevenir y evitar el desastre? El periodista no puede alcanzar hasta los escondidos recodos de la mente humana desestructurada que podrían aportar algún punto de luz sobre lo inexplicable pero real, inhumano y dramático. Tampoco importa porque, convencidos de que es imposible dar con la justificación de un asesinato, sólo cabe desplegar solidaridad hacia la víctima y su entorno, al tiempo que se adquiere mayor conciencia de la necesidad creciente de investigación y prevención. Ayer nos dimos con el mazazo de comprobar que la violencia de género sigue muy presente y que todo esfuerzo para prevenirla es insuficiente.

A Margalida Perelló le ha tocado demostrar con el precio de su propia vida esta evidencia. El luto oficial que de inmediato decretó el alcalde de Artà no es más que el reflejo institucional de un sentimiento y una manifestación de solidaridad que el vecino experimenta con una mezcla paralizante de rabia, impotencia y estupor. Al mismo talante responde la concentración de anoche ante la casa consistorial.

Margalida Perelló vió segada su vida a los 50 años, a primera hora de la mañana de ayer, cuando regresaba de acompañar a su hijo menor a la escuela. Su exmarido la esperaba a la entrada del domicilio, le propinó una serie de cuchilladas que no pudieron evitar su muerte, poco tiempo después, en el hospital de Manacor. El presunto agresor también se autolesionó y permanece ingresado en el mismo centro. Ella regentaba una espartería en Artà y su exmarido fue el último titular de Ca la Seu, el ancestral comercio, del mismo género, en Palma. Nada hacia presagiar la tragedia que sin embargo ya es irreparable y que ha convertido a Margalida Perelló en la primera víctima de género de las islas en 2013. Sólo ha podido pasar un mes sin que se abriera tan triste lista. Todo un síntoma. Un peligro real, una señal de alerta incuestionable.

El alcalde Jaume Alzamora, se declaraba "afectado y consternado" como la mayoría de artanencs y confirmaba que "ni la familia ni los vecinos esperaban algo así". No escribimos la crónica de una muerte anunciada, pero si un crimen de género, prácticamente de manual, en el supuesto de que este tipo de desgracias las tengan y que en definitiva tiene las mismas consecuencias. Incluso más, porque demuestra que queda mucho por hacer y que no siempre se acierta en las medidas preventivas que pudieran evitarlo.

No queda más remedio que mantener la guardia. A las autoridades y a los cuerpos de seguridad les corresponde desplegar la eficacia profesional sobre la materia y a la sociedad civil mantener la vigilancia constante y la actitud colaboradora. Ayer nos volvimos a cerciorar, con un alto coste, de que nunca se alcanza a saber lo que puede llegar a ocurrir en cada casa y a pasar por cada mente. Hay reveses incomprensibles que claman justicia. La violencia de género sigue siendo una lacra de la que nadie puede llegar a desinhibirse por completo, porque trasciende el ámbito de lo privado y necesita concienciación y educación. Integra.