La mujer que se halla hoy al mando indiscutible de Europa, Angela Merkel, acaba de consolidarse al frente de su partido cristianodemócrata, la CDU, en el congreso de Hannover con el apoyo del 97,94% de los delegados y con una popularidad personal de más del 70%. Merkel lleva doce años en el liderazgo de su organización y, como es conocido, cuando llegó al poder en 2005, gracias a una coalición con el SPD, este partido socialdemócrata, con Schröder al frente, había realizado ya un inaplazable ajuste duro, la Agenda 2010, que devolvió a Alemania la competitividad perdida, redujo a dimensiones sostenibles su inabarcable estado de bienestar e hizo posible avanzar hacia el equilibrio presupuestario. La situación actual de Alemania no es exultante porque las clases medias no han avanzado apenas en los últimos años en poder adquisitivo ni en nivel de vida y porque gran parte del empleo del país es precario, pero los alemanes se sienten en general cómodos con su actual posición, en que la buena salud de sector exterior „de las exportaciones„ es esencial. Por lo que el gran país podría resentirse de la recesión europea, que no le alcanzará seguramente pero que deprimirá la demanda de modo inexorable.

Francia ya no puede ocultar su declive, lo que resta influencia al socialista Hollande en el concierto europeo, por lo que ya es indisimulable que es Merkel quien marca la pauta. Y su filosofía política quedó resumida en el referido congreso en una frase que ha destacado toda la prensa europea: "Mi prioridad no es salir de la crisis sino que cuando salgamos de ella el euro sea una moneda más fuerte que antes, en la que podamos basar un crecimiento sólido". Dicho de otro modo, Merkel no cree en las soluciones expansivas que enmascaren el problema estructural de las economías con dificultades, y apuesta por resolver de verdad los problemas antes de dar por superado el drama europeo. Naturalmente, esta visión abstracta de la realidad produce sufrimiento porque la reparación de las estructuras obsoletas se hace con la materia del desempleo y la precariedad de los trabajadores; sin embargo, es la condición que impone el poderoso a quienes aspiramos a una Europa integrada: Alemania no encabezará tal integración si los socios pretendientes no se han saneado previamente. Es el requisito para los famosos eurobonos, que compendiarían el poderío europeo y que resolverían el problema de la deuda que padecen los países con escasa credibilidad ante los mercados.

No parece que esa dirección de avance impuesta por la emperatriz Merkel tenga opción alternativa en la Europa actual; sin embargo, podría modularse si Merkel hubiera de pactar en Bruselas con un antagonista partidario de cierta gradualidad en las terapias, de la toma en consideración de la coyuntura social a la hora de imponer austeridad o forzar recortes, del recurso a políticas de empleo y crecimiento compatibles con la consolidación fiscal. Por un momento „fue un espejismo„ pareció que la victoria del PS en Francia iba tener ese efecto lenitivo pero no ha sido así: bastante tiene Hollande con levantar la atonía de su propio país, también necesitado de conquistar productividad y de realizar inexorables reformas estructurales sin las cuales no podrá competir realmente en el Viejo Continente. Sin embargo, la postura de Merkel sitúa al Sur de Europa al borde del estallido social. Si yerra en el cálculo y el incendio se produce, todo el tinglado europeo, incluso el sueño alemán, se vendrá abajo.