El presidente francés, François Hollande, ha tenido un protagonismo efímero y secundario en Europa hasta ahora: impulsó en la cumbre europea de 28 y 29 de junio un tímido programa de crecimiento, dotado con menos del 2% del PIB de la UE, acompañado de un plan de competitividad abstracto inspirado en aquella inane declaración de Lisboa. Si embargo, el líder socialista, que ha optado por una vía progresista para realizar la consolidación fiscal, no atina en los remedios para sacar al Eurogrupo de la gravísima crisis actual.

En efecto, la moneda única está gravemente enferma por falta de una política económica y fiscal común. Es decir, por falta de integración "federal" de los Diecisiete países que sostienen el euro. La solución pasa –Shäuble dixit– por la consolidación política de la Zona Euro: elección del presidente de la Comisión por sufragio universal, superministro de Economía con mando en el Eurogrupo, armonización fiscal y unión fiscal y financiera. Y Francia, nacionalista, no es muy partidaria de ceder soberanía.

Así las cosas, es posible que Francia marque la pauta al progresismo europeo en la orientación de las políticas anticrisis pero es claro que resultará una rémora en la solución del problema de fondo, que es la conversión de la Eurozona en un auténtico estado federal, con éste o con otro nombre cualquiera.