En el mercado inmobiliario actual ocurre prácticamente lo mismo que en la economía general: la realidad está superando y desmontando todo tipo de previsiones y análisis. Promotores inmobiliarios y bancos que, a fuerza de acumular stocks regados con créditos fáciles usurpan la función de éstos, llevan meses diciendo que la bajada del coste de las viviendas había alcanzado ya sus topes máximos. Era un mal pronóstico, probablemente interesado, en un desmesurado afán, comprensible por otro lado, por captar unos clientes a los que se les remitía el mensaje de que había llegado el momento de adquirir una vivienda nueva. No, era un cebo precipitado.

En contra de lo aventurado hasta ayer mismo, como quien dice, hoy no hay que esforzarse demasiado en Mallorca para hallar un piso normal disponible al coste de 20.000 euros. Los precios han bajado de media un 21% y, con el corazón en la mano, existen elementos objetivos que permiten augurar una progresión del descenso actual hasta situarse en el 30% en 2013. Entre otras cosas porque la media balear de ofertas a la baja es inferior a la estatal. El descenso medio en el conjunto de España ronda el 35%.

Existen distintos elementos que permiten explicar la situación actual. Los pisos han puesto sus tarifas en posición descendente, antes que por cualquier otra causa, cuando se han visto empujados por la medidas del Gobierno Rajoy y más en concreto por las dos disposiciones del ministro De Guindos que intentaban evitar un rescate bancario que ha acabado produciéndose. También porque, como consecuencia de todo ello, las entidades bancarias, convertidas en inmobiliarias forzadas por impago de hipotecas, han sido obligado a incrementar sus fondos de prevención de riegos.

Los bancos necesitan vender casi a cualquier precio porque si no lo hacen –y no logran animar el mercado como ellos desearían– tampoco pueden dedicarse al que vendría a ser su trabajo natural, la concesión de créditos. Pero, aún con precios tentativos, no se despachan viviendas nuevas excepto, como ha ocurrido siempre, en las zonas muy céntricas y en las urbanizaciones lujosas. El lujo sigue vacunado frente a la crisis. No ocurre lo mismo en el mercado estándar o más generalizado. La gente no compra viviendas nuevas porque sigue presa de la carencia de ahorros, de la falta de créditos y de la inestabilidad laboral, cuando no, el paro directo. Son demasiadas ataduras y condicionantes cuando los desahucios están al orden del día en todas las ciudades. Falta confianza y estabilidad, sin que en el horizonte se vea aproximarse ni lo uno ni lo otro.

Los promotores vuelven a la carga y dicen que el stock actual se acabará el año próximo. Ya habían dicho antes, y a la vista está que erraron, que el cupo se habría acabado en 2012. Detrás del cartel promocional y el esfuerzo por vender parece haber una visión más objetiva y certera: las inmobiliarias no hallarán compradores si los bancos no lo han hecho antes porque, de no ser así, no otorgarán créditos a particulares. En esta encerrona estamos mientras vemos que, por primera vez en muchos lustros, en esta Mallorca desmesurada, los inmuebles basura se están ofertando como tales y los precios van degradándose para aproximarse a niveles de la década de los 90. El ladrillo ha adquirido otra dimensión. Y otro sentido.