Tres días después de la conferencia de paz –la ´pista de aterrizaje´ que la izquierda abertzale había dispuesto para que la banda terrorista depositara su desenlace-, un comunicado etarra publicado en las dediciones digitales de Gara y Berria anunciaba ayer el "cese definitivo" de la violencia. En el comunicado, ETA ha expresado su "compromiso claro, firme y definitivo" de "superar la confrontación armada". Igualmente, la banda terrorista emplaza a los gobiernos español y francés a abrir un "diálogo directo" para solucionar "las consecuencias del conflicto". Simultáneamente el líder del Sinn Fein, Gerry Adams, hacía una declaración que vinculaba la conferencia de paz a la declaración etarra.

Después de más de cincuenta años de atrocidad, en que la sociedad vasca en particular y la española en general han vivido subyugadas por el terror del terrorismo separatista vasco, la noticia del final de esta tragedia resulta emocionante. España se ha liberado al fin de una especia de bíblica maldición que enturbió el gozo de la conquista de la democracia que tan trabajosamente realizamos entre todos, con la enemiga de los violentos que formaron pinza con los rescoldos del franquismo que aún querían impedir aquella resurrección. Estamos, pues, ante un acontecimiento histórico, que sin embargo no debe desatinar a este país ni hacernos perder a los demócratas la perspectiva necesaria para ubicar este momento.

Aunque lo sucedido era previsible y estaba anunciado, es difícil abarcar en un instante la trascendencia de lo acontecido, cuyo contexto es revelador y necesita ser desgranado. En el comunicado, tres encapuchados han anunciado el "cese definitivo" de la violencia pero no la desaparición de la banda; quiere decirse que estos siniestros personajes, un compendio de detestables anacronismos, seguirán emboscados bajo la superficie de la sociedad y de la política. No abandonan sus capuchas ni siquiera simbólicamente, ni se desprenden de sus arsenales, por lo que la única garantía de que no seguirán matando es su propia palabra, bien poco valiosa por cierto. Así las cosas, habrá que preguntarse si esto es realmente el final de una lucha del Estado contra ETA en la que aquél consiguió poner a los delincuentes contra las cuerdas hasta forzarles a su anulación, ya que no –todavía– a su rendición.

En segundo lugar, los encapuchados reclaman diálogo para resolver las "consecuencias del conflicto". Se preocupan, lógicamente, por sus propios activistas pero no ha habido en esta despedida ni una sola palabra para las víctimas. Es irónico que los terroristas tengan un recuerdo para sus conmilitones que han perecido en las acciones armadas –"la crudeza de la lucha se ha llevado a muchos compañeros y compañeras para siempre", dice el comunicado- pero no tengan la menor consideración con quienes han padecido con inmenso dolor sus excesos de toda índole.

Diríase que ETA cree que después de asesinar a más de 800 personas y de aterrorizar a todo un pueblo durante décadas se puede hacer borrón y cuenta nueva por el sencillo procedimiento de sentarse a negociar en torno a una mesa las condiciones generosas del armisticio.

Resulta, además, gravísimo que ETA pretenda escenificar un desenlace en que parezca que el mediador bueno y generoso que ha logrado la paz es la izquierda abertzale. Cuando es notorio que la antigua Batasuna dio cobertura política y material a la banda, hasta convertirse en cómplice de todo el terror desparramado en esta larga historia. En definitiva, el fin de ETA tiene de momento un sabor cuando menos agridulce. Y este viejo asunto no podrá darse por cerrado hasta que la derrota de los terroristas se haga del todo explícita y la banda dé pruebas fehacientes de su desarme y desaparición.