Pienso que, hasta ahora, el mayor problema de Mariano Rajoy es no haber respondido al modelo de líder que muchos votantes del Partido Popular desean. Si Rajoy representa la figura de un hombre sin especiales atributos, los simpatizantes del PP –o, aún más, sus voceros mediáticos– parecían exigir un candidato similar al Aznar de la segunda legislatura, esto es, un radical neoconservador que pusiera en cintura a la otra España. Por supuesto, Rajoy les decepcionaba una y otra vez, porque su estilo no es faltón ni arrogante, y tampoco parece que se acomode a ningún patrón ideológico, más allá de un cierto sentido cortesano de la vida. Que sea un hombre sosegado y comodón nadie lo pone en duda y debo decir que me alegro de ello. Me exasperan los radicales de cualquier signo, los demagogos, los zelotes del populismo, los que aprovechan el púlpito para adoctrinarnos con su verbo maniqueo. Sospecho de la ideología cuando se separa del sentido común, que es prácticamente siempre. Creo en los equipos y no en las personalidades carismáticas ni en los visionarios. Dicho de otro modo, el problema de Rajoy no es su falta de carisma sino la ausencia de un equipo confiable.

De hecho, apenas conocemos las propuestas del Partido Popular. Sabemos que, en aquellas administraciones donde ha gobernado, su gestión no ha sido especialmente memorable. Por supuesto que hay dirigentes mejores que otros y lugares mejor gestionados que otros; pero la ruina financiera amenaza tanto a las CC AA que han sido regidas por el PSOE –Castilla La Mancha y Cataluña, por poner dos ejemplos – como las presididas por el PP– la Comunidad Valenciana o las Balears. Los equipos autonómicos y locales del PP y del PSOE son poco relevantes; mientras que a nivel nacional abundan los abogados de Estado, escasean las figuras de peso económico, que son la clave hoy en día.

Los retos que va a enfrentar el nuevo gobierno son enormes, en un entorno macro que no acompaña. Estos últimos meses, se ha hablado de la necesidad de un gobierno de concentración que permitiría consensuar las grandes reformas que precisa el país. Sería acertado sólo si lo acompañamos de un gabinete de los mejores, un ejecutivo capaz de analizar con acierto los problemas y de tomar las decisiones adecuadas. No se requiere un gobierno sesgado por la ideología, sino un equipo profesional y responsable que sepa repartir equitativamente las cargas, alentar las reformas y ofrecer esperanza; un gobierno que huya de la fricción partidista y que descrea de los iluminados y resentidos. Y necesitamos también una oposición sensata, algo de lo que hemos carecido a menudo.

¿Hay motivos para ser optimistas? Quiero creer que sí, aunque no tenga ninguna razón concreta para ello. Sólo sé que la economía no mejorará por arte de magia y que la credibilidad se consigue con las políticas acertadas y con un espíritu de consenso. En su último ensayo, The origins of political order, Francis Fukuyama recuerda que la Revolución Francesa tuvo como una de sus causas la resistencia al cambio de las elites. En un tono menor, estamos asistiendo al inicio de una revolución económica cuyas consecuencias se prolongarán durante décadas. De la inteligencia de Rajoy a la hora de formar su equipo de gobierno dependerá, con toda probabilidad, el futuro de nuestro país.