Rubalcaba ha lanzado, como parece natural, un debate oportuno en estas vísperas electorales: en la clausura de la Conferencia Política del pasado fin de semana, el candidato socialista dijo textualmente: "en 2009 nos gastamos mucho para estimular la economía y, evidentemente, el déficit subió mucho; después empezaron las políticas de ahorro, y ahora hay dudas razonables de que nos estemos pasando en la dosis de ahorro…".

Rubalcaba hacía referencia al caso español, pero es obvio que hemos caminado, de forma más o menos voluntaria, al compás de Europa: primero se intentó combatir la crisis mediante inversiones del sector público –el "plan E"-, como hacía la mayoría de los gobiernos europeos; más tarde, se llegó a la conclusión de que, tras producirse la recesión, la recuperación de la normalidad y el crecimiento requería un retorno a la estabilidad.

Pero la economía no repunta tras la crisis. Ni en los EEUU, donde no ha desaparecido el riesgo de una segunda recesión, ni en Europa, donde la locomotora alemana, después de un engañoso despegue, ha ralentizado de nuevo su crecimiento. Y en esta coyuntura de indecisión, Obama ha adoptado la opinión de una parte de la comunidad académica al proponer la aplicación de estímulos fiscales para eludir el riesgo de una recaída y conseguir unas tasas aceptables de crecimiento que reduzcan el perturbador desempleo que también aqueja a la primera potencia mundial.

La sugerencia de Rubalcaba no supone un reproche a la política gubernamental pasada (en realidad, no ha habido hasta ahora una contrapropuesta económica de la oposición a la acción del Gobierno, que se ha ajustado a los requerimientos europeos), sino una reflexión con valor de futuro: lo que está sucediendo en Grecia, país que no consigue superar la recesión a fuerza de acentuar los ajustes, debe servir de pauta al Eurogrupo: es ya el momento de que, superado lo peor de la crisis, la Unión Europea se ponga en la senda del crecimiento como objetivo preferente. De momento, es preciso reducir los tipos de interés, bajada que ha de ser una especie de pistoletazo de salida de la recuperación.

En realidad, se trata de deshacer el círculo vicioso de la crisis: el inexorable ajuste para reducir los déficit contrae el crecimiento, pero gastar con más alegría incrementa el déficit. En el Eurogrupo, la solución consistiría en compaginar políticas nacionales de ajuste con políticas europeas expansivas, con planes de inversión supranacionales generadores de actividad. Ello sería muy eficaz si el presupuesto comunitario fuera significativo, pero, como es sabido, tan sólo representa poco más del 1% del PIB y se consume casi completamente en burocracia y política agraria. Por lo tanto, no es descabellado pensar que el Eurogrupo tendrá pronto que plantearse la necesidad de flexibilizar su actual rigidez y auspiciar políticas prudentemente expansivas que generen expectativas, combatan el actual pesimismo, alivien la presión social y ataquen de raíz el desempleo, que en España es insoportable pero que en buena parte de Europa ha alcanzado también tasas excesivas. Es lógico, en fin, que la socialdemocracia europea, que previsiblemente gobernará en los próximos años en algunos de los países ´grandes´ de la Eurozona, se plantee ya estas estrategias, que la opinión conservadora se ocupará de matizar hasta el necesario consenso.