Da apuro entrar en el tema, pero es necesario hacerlo. La extrema derecha está ganando adeptos en toda Europa. Uno no sabe si son adeptos de toda la vida o, tal vez, se trate de nuevas incorporaciones. La política no debería ser una religión, pero a menudo lo es. Podemos enumerar los países, civilizadísimos por cierto, en los que el voto de la extrema derecha sube como la espuma. El estado del bienestar sueco, y no sueco, parece que está en franco declive, anémico y a punto de expirar. El estado providencial ya no da abasto. Las políticas socialdemócratas ofrecen síntomas más que evidentes de fatiga. Una fatiga crónica. Pero vamos al tema: en lugar de quejarnos y de clamar al cielo por el ascenso de la extrema derecha, tendríamos que preguntarnos por qué ocurre, qué es lo que ha sucedido o está sucediendo para que este fenómeno, lejos de diluirse, vaya creciendo y ampliándose en esta vieja Europa. Porque, de momento, nos estamos centrando en Europa, ya que el asunto podría extrapolarse a todos los demás continentes. El fenómeno francés no es nuevo, acordémonos de cómo Le Pen puso en jaque a toda la sociedad francesa que, acongojada ante la posibilidad de una victoria del individuo en cuestión, se decantó casi de forma unánime por Chirac. Pero esta subida de la extrema derecha también ocurrió en Austria, Holanda, incluso en muchos países del este europeo, ex comunistas que, habituados a políticas duras, veían en la democracia un sistema frágil y poco de fiar. De ahí que sigan existiendo nostálgicos del comunismo soviético. Sin duda, se puede detectar una decepción bastante generalizada. Y ya se sabe a dónde nos conducen los hartazgos, las decepciones, la rabia incontenible y, cómo no, la galopante crisis económica: a cortar por lo sano, a no andarse por las ramas, a zanjar el asunto. Y la mejor/peor manera de zanjar los asuntos es dar un golpe en la mesa o un puñetazo a la democracia. Vamos a ver, que la cosa va en serio y ya son demasiadas las tentaciones totalitarias que Europa muestra.

No es cuestión de ponerse apocalíptico, pero es muchísimo peor ponerse una venda en los ojos y enchufarse los auriculares para escuchar música celestial o los cencerros vacunos de una centroeuropa en apariencia muy heidiana –¡cáscaras!– pero en el fondo mucho más waldheimiana. Lou Reed ya cantó sobre Mr.Waldheim. No sé si acuerdan: un señor muy mayor con aspecto aristocrático. Bien, pues eso. Cuando, por ejemplo, en Suecia, paraíso de la dulce socialdemocracia, la extrema derecha sube peldaños, es que la cosa va en serio.

No olvidemos, tampoco, que Hitler ascendió al poder a través de las urnas, con una mayoría literalmente abrumadora y, por ende, aplastante. Recuerden: Weimar era una república corrupta e inútil que no pudo o no supo hacer frente a una crisis económica asfixiante. No sé, pero algo está fallando. ¿O es que la democracia sólo funciona en tiempos de placidez y vacas más o menos gordas y, cuando las ubres se secan, ya no estamos para más canciones demócratas y es cuando surgen los peligros, las tentaciones totalitarias? Pregunto, sigo preguntándome.