Leonard Cohen pertenece a la selecta estirpe –Dylan y él, en mi caso– de los artistas en quienes depositamos nuestro estado de ánimo. El canadiense te hace sentir, en la literalidad de que modula tu termostato emocional y dibuja tu percepción de la realidad. La alianza presupone una entrega previa del oyente. El cantante volvió a perfilar ese embaucamiento el martes, cuando montó en Palma su circo ambulante de la depresión. Frente a las rebeliones tan grandilocuentes como estériles, el punto de partida de Cohen es la rendición universal. Una vez en el punto más bajo imaginable, estalla la diversión con potencia multiplicada.

Leonard Cohen es lo más próximo a una religión que se permiten las almas poco marciales. En una carta al Rolling Stone, una lectora norteamericana aseguraba que quería escuchar su música cuando le tocara despedirse de este mundo. Esta mujer no quería morir, sino resucitar, porque el artista compone canciones de muerte que dan vida. En ellas demuestra que el diálogo con la trascendencia está entablado, aunque nadie responda ni escuche. En este capítulo, en Palma sobresalió la mejor versión entre todas las grabadas de Like a bird on the wire. Más allá de su letra incandescente –"como el niño que nace muerto,/ como la bestia con sus cuernos/ he destrozado a todo aquél que me tendió la mano"–, al improvisar la última estrofa se dirigió por primera vez a la causa última de su filosofía. "Toda esta ansia era para ti". El destinatario no estaba presente.

La mediana asistencia al concierto de Leonard Cohen en Palma es un excelente síntoma, los mallorquines nos resistimos a que nos distraigan de lo trivial con cuestiones fundamentales. Si la situación empeora, habrá algún arrepentimiento. No por el excelente espectáculo musical, que nunca será premisa sino gratificación suplementaria para un entusiasta del poeta. Me refiero más bien a su comentario, "no sé cuándo volveremos a pasar por aquí, así que lo daremos todo". Se refería a Mallorca, pero también a la vida, si alguien acierta a distinguirlas.