Dos años después de entrar en el Govern, la izquierda sigue a la greña, su plan favorito, e instalada en su zona de confort. Tras abofetear una vez más a sus votantes rentabilizando la memoria histórica con palabras pero sin hechos, PSOE y Més descubren ahora que el ex alto cargo del PP Miquel Barceló es quien manda en Patrimonio. Algún día alguien del Consell debería explicar por qué se mantiene a una directora insular llamada Kika Coll; cuando ella va, el asesor de María Salom ya ha vuelto dos veces.
Francina Armengol y su conseller preferido Iago Negeruela prometen combatir "el paro de larga duración" con millones de euros; de su otro mantra, "cambiar el modelo productivo de las Illes Balears", ni se acuerdan. La presidenta del Govern y su delfín socialista también rubrican el desembarco de 16 inspectores que acabarán con la explotación laboral. Entretanto, los empleados de la hostelería empiezan a deslomarse y a ir al trabajo con ibruprofenos en un junio mallorquín que ya parece agosto.
Antes de ser diputados autonómicos, Alberto Jarabo y Laura Camargo acudían a los desahucios e insuflaban esperanzas a los afectados. Centenares de ciudadanos malviven por no poderse pagar una casa en condiciones; nada de ello parece quitar el sueño a Podemos, más enfrascado en sacar tajada de la guerra sin tregua que libran PSOE y Més.
El Pacto gobierna a golpe de decepción y -todo un clásico- cierra en falso sus periódicas crisis de gobierno. La destitución de la consellera de Cultura Ruth Mateu solo ha servido para que dentro de Més se recrudezca la batalla por el control del partido. Se ha arrinconado a los que marcaban hasta ahora el discurso político -que catapultó al éxito electoral a la marca-, y recupera el mando la vieja guardia del PSM. PSOE y Més gestionan la Comunidad desde la desconfianza mutua. Normal que no hayan tenido tiempo de derribar sa Feixina.
