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Educación

La memoria del Ramon Llull

Coincidiendo con el centenario del emblemático instituto, varios profesores jubilados presentan hoy Anorac, un grupo creado para mantener vínculos y hacer actividades

Perico Sánchez, Toni Martínez, Bernat Amengual, Emili Gené, Pep Candela y Ricardo Canet. Guillem Bosch

Han vivido una parte importante de sus cien años de su historia y han puesto su granito de arena en la formación de algunos de los nombres más importantes de la sociedad balear. Y aunque oficialmente ya han cortado hilos con la institución, se resisten a desvincularse del todo. El instituto Ramon Llull es un trozo importante de sus vidas, y aunque la mayoría de ellos ya se han jubilado o están a punto de hacerlo, han decidido mantenerse en contacto con Anorac; un grupo para hacer todo tipo de actividades como excursiones, salidas al teatro, conferencias...

Hoy, coincidiendo con la celebración del centenario del Ramon Llull, será la presentación oficial de Anorac, que es el acrónimo de Agrupación No Oficial, Recreativa, Amistosa y Cultural. El objetivo no es recrearse en la nostalgia, sino hacer cosas y divertirse, pero es inevitable preguntarles por los cambios vividos en sus años de ejercicio profesional. Y es que tras más de sesenta años en sus aulas, estos profesores son el testimonio ideal de la evolución del instituto, de los alumnos, de la legislación educativa, de los cambios políticos, de la historia de España... de la sociedad, en definitiva, ya que los centros educativos no dejan de ser un reflejo de la calle.

Bernat Amengual, profesor de Lengua Catalana que el próximo junio se jubilará, es uno de los impulsores de este grupo, que rehuye de jerarquías y organigramas. Le acompañan Perico Sánchez, Ricardo Canet y Toni Martínez, profesores de Física y Química; Pep Candela, de Matemáticas; y Emili Gené, exdirector y profesor de Lengua Castellana también a punto de retirarse.

Algunos han pasado más años dentro del instituto que fuera al ser también exalumnos. Es el caso de Candela, que entró en el instituto con siete años, lo dejó para cursar la carrera y luego volvió al Ramon Llull, esta vez como profesor. “Aunque había más libertad que en otros centros, al principio era muy jerárquico, luego cambió”, recuerda. “La Transición se vivió también en el instituto, había un sector más progresista y otro más conservador, los de PSOE y los de UCD, aunque creo que el profesorado siempre ha sido muy plural”.

Cambios del alumnado

Entre el alumnado y el ambiente de centro los cambios han sido evidentes, razonan, pasando del trato obligatorio de usted y de tener que levantarse cuando entraba el profesor o pasaba por el pasillo, a los alumnos más informales o despistados de hoy, que no se acuerdan del nombre de su docente o ni siquiera saben que existe el trato de usted o cómo se conjuga.

“Antes, para muchos llegar al instituto era como la universidad y no todos llegaban, la sociedad era más clasista y uno de los grandes cambios que ha vivido el instituto ha sido la masificación”, narra Gené. Sánchez señala que en comparación con otros centros el Ramon Llull no era tan elitista, pero todos recuerdan que el sistema en sí tenía un montón de filtros, entre reválidas y otros pruebas, y se iban perdiendo estudiantes.

¿Todo tiempo pasado fue mejor? No quieren idealizar. “Los alumnos serían más seleccionados antes, pero cuando hacían gamberradas, las hacían más grandes”, matiza Candela.

La llegada del alumnado inmigrante supuso un gran cambio y Gené señala un dato interesante: la importancia que el centro cobra para algunos de estos estudiantes, que lo sienten como su red, su espacio de referencia. “Son alumnos que en algunos casos vienen de familias incompletas, alumnos ‘flotantes’, que encuentran en el centro una comunidad”.

Respecto al profesorado, creen que ya no se dan tanto esos ‘profesores ilustres’, esos docentes que eran casi leyendas y gozaban de un gran prestigio social.

Nombres inolvidables

Mencionan con cariño alguno de esos nombres inolvidables, como Maximino San Miguel, más conocido como ‘El Gángster’, o Alejandro Onsalo. Y entre los nombres a recordar, hay uno que todos coinciden en señalar como clave para la historia del Ramon Llull, y no era un profesor: Simonet, el bedel. Vivía en el mismo instituto y “era l’amo”, que tanto arreglaba la madera que estaba suelta de una estantería como hacía gestiones con distintas facultades para los alumnos que iban a pasar a la universidad.

“Simonet no pasaba una”, apunta Martínez, “si querías hacer copias con el ciclostil para un examen tenías que hacer una instancia sí o sí”. Todos recuerdan jocosos que ciclostil, y las maravillas que tenían que hacer con la tinta para hacer copias antes de que se llegara la primera fotocopiadora. “Después tirábamos las copias al contenedor de detrás y los alumnos lo sabían y las iban a buscar”, rememora Sánchez. “Yo las guardaba para reutilizarlas”, dice Canet.

Del ciclostil a la PDA

Han ido adaptándose a los cambios metodológicos -como pasar de centrarse en la formación puramente teórica y las clases magistrales a impartir sesiones más prácticas y favorecer el aprendizaje por competencias- y a las nuevas herramientas. Han trabajado con ciclostil, pero también con portátiles y pizarras digitales e incluso con dispositivos PDA para informatizar y comunicar rápidamente las faltas de asistencia, las notas... El Ramon Llull fue pionero en el uso de este sistema y también lo fue en otros proyectos, como la coordinación entre las asignaturas de lenguas o la introducción de una línea de clases en catalán.

Mucho han cambiado las cosas, pero el objetivo del profesor sigue siendo el mismo: enseñar. Y aunque hay muchas cosas que podrían mejorar, todos recuerdan alguna de esas clases que dan sentido a su profesión, esos minutos de pensar ‘por esto vale la pena’. Amengual tuvo uno de estos momentos el pasado jueves, leyendo unas redacciones en clase de catalán: “Aún me emociono al recordarlo”. Cien años después, el Ramon Llull sigue adelante.

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