alberto magro. Palma.

En casa de Carlos Prieto el despertador suena dos veces. Primero levanta a su mujer, que saluda el día antes de que empiece: a las 6.30. No están puestas las calles, pero ya hay quien anda por ellas. Una hora después la alarma arrebata el sueño al propio Carlos, condenado a seguir la senda de su esposa con 60 minutos de retraso. Mientras ella lleva al niño de doce años al instituto, él acompaña al colegio a la niña de nueve. Edades distintas, centros distintos, horarios distintos, empleos distintos: la carrera de obstáculos de cada jornada no ha hecho más que comenzar.

Con los niños entre libros y pizarras, papá y mamá corren hacia el trabajo. Casi vuelan. Él llega con la lengua fuera y unos minutos de retraso. Su empresa se lo permite. Ella tuvo más margen pero menos horas de sueño. Ambos trabajan sin respiro hasta las dos del mediodía, cuando Carlos vuelve a la yincana. Acelera por el tráfico de hora punta del centro de Palma para recoger al niño del mismo instituto en el que su mujer lo dejó por la mañana. La niña mientras tanto apura su plato en el comedor del colegio. Está en Son Caliu, siguiente parada de Carlos y el chaval, que aprovecha el viaje para devorar su almuerzo. Carlos huele el menú, pero no lo prueba: conduce, que no es poco.

A las 15.30 sale la niña y los tres se van a la piscina. Es la hora de la comida para Carlos y de las actividades extraescolares para los pequeños. Los chapoteos acaban a las 17.30 y el coche vuelve a arrancar rumbo a Palma. Ya van 40 kilómetros: los de cada día. El trabajo sigue para papá a partir de las 18.00, aunque ahora es doble: mientras teletrabaja para Telefónica desde casa, los críos hacen unos deberes escolares que, a ratos, también son los de Carlos. "Esta semana hubo examen de divisiones y de dinosaurios. Estamos encantados: hemos sacado dos sietes", confiesa sin perder la sonrisa durante la entrevista, a la que llega como se va y como vive: corriendo. Casi volando. A las 20.00 cierra la oficina y siguen los deberes. El día empieza a rendirse. La energía también. Pero los niños aún queman pilas hasta las 21.45, la hora de apagar la luz. "Leemos juntos un poco y apagamos". Se apaga la luz y se apaga la jornada. Ya no queda batería: "Caemos rendidos en el sofá. Ponemos un poco la tele, pero nunca llegó a Buenafuente. Me quedó en el programa del Wyoming".

No es para menos: en unas horas, el despertador volverá a sonar dos veces. Levantará a Carlos, a su mujer y a las miles de familias mallorquinas que participan cada día en una yincana que quita el aire. Y las ganas. En sus agobios empieza a explicarse la escasa natalidad de unas islas en las que solo uno de cada diez trabajadores tiene hijos de entre tres y catorce años. Cuesta atreverse en la comunidad con menor proporción de parejas con hijos, pero aún así hay quienes lo hacen. Y pagan el peaje, que es caro. Que se lo cuenten a Gwen Troadec, madre profesional por las necesidades de un guión en el que conciliación es sinónimo de yincana. Francesa de nacimiento, aterrizó embarazada en Palma hace tres años procedente de Tenerife. En Canarias ejercía como trabajadora social y especialista en educación especial, pero al llegar a Mallorca hicieron cuentas. "Mi pareja y yo miramos el precio de las guarderías, de los cuidadores, de los transportes... y decidimos que la mejor opción era que me quedara en casa". Y en ella lleva dos años y medio, dedicados íntegramente a la pequeña Lola, que gracias a la decisión de su madre ha podido crecer alimentándose con leche materna. "Ella lo nota. Tiene casi tres años (los cumple en unos días) y no ha cogido nada. Para mi la vida ha cambiado. Con un sueldo solo vamos muy justos, claro, pero nuestra vida ha cambiado". Se refiere a Lola y al giro copernicano en las prioridades: el trabajo importa, sí, pero la niña es más. Mucho más.

El miedo al paro aprieta

Aunque no todos pueden permitirse renunciar a un sueldo para cuidar a los niños. Muchos no se atreven. Pueden pero no deben. Les pasa a Maria Pons y a su marido. Juntos ingresan cerca de 3.000 euros al mes, suficientes para sacar adelante al pequeño Marcos. O quizá no. "No podemos arriesgarnos tal como esta la cosa: si uno de los dos renuncia al puesto para cuidar al niño, nos exponemos a que el otro se quede en paro. Y de golpe nos quedamos sin ingresos y con un niño de dos años. No nos atrevemos. No seríamos responsables". Así que la solución pasa por recurrir a la abuela para tomar aire.

No son los únicos que lo hacen. Según un detallado estudio del ministerio de Trabajo, los abuelos ejercen de padres circunstanciales de sus nietos en una de cada tres familias mallorquinas. Son estampa habitual de las mañanas palmesanas: su pelo cano empujando un carrito por el Portitxol; su figura encorvada a la puerta del colegio; su paciencia aparentemente inagotable corriendo detrás de un mocoso de tres años. "Fuimos los padres del siglo XX y volvemos a ser los padres del siglo XXI, aunque sea a ratos", cuenta uno de ellos. Se llama Tomeu Vall y mata las mañanas paseando a su nieto de dos años junto al mar, mientras hace tiempo para recoger a su nieta de seis en el colegio. "Pronto mi otra hija también necesitará ayuda. No sé cómo lo haremos. Hay días que pienso que trabajaría menos en el banco", confiesa entre risas, recordando sus tiempos de financiero. Ahora hace cuentas para su hija: "Si no trabajan los dos no pueden con los dos niños. Y para que gasten dinero en una cuidadora, mejor que estén con el abuelo".

Aunque la cuidadora también es opción recurrente. Se las encuentra donde a los abuelos: paseando los niños al sol o esperando a la salida del colegio. A eso dedica las mañanas Elena L., una opositora de 26 años que saca "para tabaco y café con las amigas" pegándose a la sombre de un crío cada mañana. "Trabajo para dos madres que no pueden con todo sin ayuda. Una de ellas es amiga, y por eso empecé a hacerlo. Después me presentaron a la otra chica. Y les echo una mano cuando me lo piden. Como oposito, puedo ajustar mis horas de estudio a esto". A razón de ocho euros la hora se saca 500 euros negros al mes. El techo y la comida de Elena los ponen sus padres. ¿Piensa ella serlo algún día? "Ni de broma. Me gustan los niños, pero el sacrificio es inmenso. A las madres siempre les falta de tiempo".

De ello se queja Gloria Pol, que cambiaría los 2.500 euros por hijo del Gobierno Zapatero por pasar cada día unos minutos más con sus niñas. "Mi marido y yo habríamos preferido que nos dieran los euros en tiempo de trabajo. El tiempo es lo más importante". Cosas de la contrarreloj de cada día, para la que solo hay tregua durante las 16 semanas de maternidad. En el caso de Gloria Pol esos tres meses se ven reforzados por una hora diaria de lactancia. Son solo 60 minutos, pero resultan indispensables para esta profesora de música y madre de dos niñas (una de 5 años y otra de 4 meses): "Gracias a esa hora cuando me reincorpore al colegio podré salir a tiempo para recoger a la niña mientras el bebé queda con el abuelo". Nuevamente, el abuelo. ¿Quién si no? "Puedes coger una guardería, pero un bebé tan pequeño en una guardería... habríamos cogido una persona por horas", elucubra Pol, que tiene una buena idea para facilitar las cosas a los padres: "Mi marido pudo coger dos semanas por paternidad, pero las tuvo que disfrutar al mismo tiempo que yo. Sería mejor que pudieran hacerlo después de las 16 semanas de la madre. Da más margen. Y en el primer año el tiempo es fundamental. De dejar al bebé con cinco meses a hacerlo con un año media un mundo".

Leyes que no se cumplen

Y de tener la hora de lactancia a no tenerla, también media un mundo. Da fe de ello Margarita, profesora como Gloria aunque en distintas circunstancia. A ella el centro le negó la lactancia a la que tiene derecho. Tras dar muchas vueltas, lograr el apoyo de la conselleria y los sindicatos, y amenazar con acudir a magistratura, la directora de su centro plegó. Pero poco. "Solo accedió a reducirme las guardias". Moraleja: de nada sirve la ley si cualquiera puede saltarse a la torera. Incluso en la administración pública. "Es indignante. Quieren que la gente tenga más hijos, pero no hay facilidades", concluye crítica Margarita, que reclama un permiso por maternidad "de seis meses como mínimo".

Así es en otros países europeos, en los que el temor a la empresa también es menor. Aunque es fácil que así sea. Según la encuesta del ministerio de Trabajo, el 28,3% de las madres mallorquinas creen que la maternidad les perjudicará en su carrera profesional, una tasa que cae al 26% en el caso de los hombres. El resultado es que los hombres casi no cogen permisos. "Es una cuestión cultural", opina Agustina Canosa, secretaria de la Dona de Comisiones Obreras. Aunque también influyen los euros cuando toca decidir: "Es que perdemos lo mires como lo mires. Hicimos cuentas y nos salía mejor que uno de los dos se quedara en casa que tener que contratar a alguien para cuidar del bebé. ¿Quién se quedó? Yo, pero no porque mi marido sea machista, sino porque el sistema en general lo es: mi nómina es más baja, así que puestos a renunciar a una, tocó la mía", relata Lidia Martínez, madre primeriza apartada de su trabajo por un círculo tan vicioso como injusto: primero, cobrar de media un 22,5% menos por ser mujer (datos de Gestha) y, después, renunciar a su empleo por cobrar menos. "La igualdad aún tardará mucho en ser real. Sobre todo en las empresas. Notamos las dudas que tienen las madres a la hora de pedir la baja. Nos preguntan si las pueden despedir y no saben cosas como que son ellas y no la empresa quien decide en que horario se hace la reducción de jornada", apunta Canosa.

Aunque hay empresas y empresas. Según los datos de la conselleria de Trabajo, en Balears 15.006 trabajadores se benefician ya de la implantación de planes de igualdad en sus compañías. Y lo agradecen. Como hace Carlos Prieto, que en su carrera de obstáculos diaria tiene como aliados la flexibilidad y la tecnología de su compañía, Telefónica. "Gracias a la tecnología y a que la empresa me lo permite puedo teletrabajar algunas horas, que son clave para que todo funcione, porque el equilibrio es muy precario". Tan precario que el mínimo cambio revienta el puzzle-yincana de cada día. Ocurre cuando el abuelo se constipa. O a mamá le surge un viaje de trabajo. O la chica de la limpieza cambia de casa. O hay que hacer una hora extra. O cuando el niño enferma. Y los niños enferman a menudo. Tanto que en el ministerio de Trabajo tienen datos al respecto, y en ellos Balears aparece descrita como una de las autonomías en las que más dificultades encuentran las familias para ausentarse de su puesto si surge un imprevisto en forma de virus infantil. Toca así buscar ayuda. ¿Adivinan a quién le toca? Responde Gloria Pol: "A mí me ayuda mucho mi madre, pero cuando es algo médico procuramos ir mi marido o yo. No siempre es posible", advierte esta profesora, que el año pasado se vio obligada a cuadrar el círculo para llevar a su hija a recibir curas por las mañanas sin faltar a clase en su centro. Como lo cuadran casi a diario Lidia, Margarita, Gwen, Beatriu, Cristina y Maria. O el propio Carlos, para el que mañana el despertador volverá a sonar dos veces. Aunque no le importa. "Esto es estrés, sí, pero ni yo ni ningún padre lo cambiaría por nada". O sí, pero llegan tarde: ya viven de yincana.

CUATRO SITUACIONES, MUCHAS IDEAS

1 MADRES SOLTERAS.

Piden auxilio para evitar que sus hijos sean "niños de las llaves". – Cristina Diego es una madre soltera con dos hijos. Eso la convierte en cabeza de una familia numerosa y le abre la puerta a las ayudas que ello conlleva, según aprobó el Congreso hace tres semanas. Pero mientras la política se concreta en ventajas prácticas, Cristina hace aguas. Con un hijo de once y otra de ocho, sus días solo son posibles por la "responsabilidad" de sus hijos. Sobre todo del mayor, que cuida de su hermana. "Ellos se quedan con las llaves. Comen en el cole y luego van juntos a casa. En quince minutos llegan y allí están hasta que llego por la noche". Ellos hacen los deberes y gestionan solos su tiempo, algo más habitual hace unas décadas que ahora. "Yo me crié así, de niña de las llaves con mi hermana pero eran otros tiempos. Ahora no estoy tranquila, pero tengo trabajar para comer. Nos hacen falta más apoyos y más actividades en el colegio por la tarde".

2 FAMILIAS NUMEROSAS.

"Hay que aumentar el permiso de maternidad a 20 semanas y a 6 el de paternidad".– Las familias numerosas tampoco llegan. Y menos en los tiempos que corren, en los que es difícil renunciar a uno de los dos salarios. Por eso Agustín Buades, del Instituto de Política Familiar de Balears, reclama un aumento del permiso de maternidad "a 20 semanas", que se complementarían con una paternidad mejorada "de 4 o 6 semanas en las mismas condiciones que el materno". Piden además compensaciones de 300 euros mensuales para los padres que quieran posponer su actividad profesional para cuidar a los hijos hasta que cumplan tres años. Buades subraya también que en muchas familias numerosas es habitual que haya dependientes, por lo que pide que eso se tenga en cuenta y se transforme en ayudas.

3 PADRES SEPARADOS.

"Hace falta flexibilidad en los horarios de visitas"– En la Asociación de Padres de Familia Separados no tragan con la "inflexibilidad" de los jueces. Recuerdan que la conciliación se hace imposible si un juez impone horarios de visita incompatibles con los de los laborales. "Tienen que ir caso por caso. No pueden fijar los horarios sin tener en cuenta la actividad del padre, que a veces cuando llega con la lengua fuera para ver a su hijo faltando al trabajo encuentra la puerta cerrada", denuncia Carlos Prieto, que vivió la situación tras la ruptura de su primer matrimonio. Prieto propone además que se unifiquen horarios en colegios e instituto, pide más actividades escolares por la tarde y reclama que las empresas faciliten el teletrabajo y los convenios contemplen permisos especiales para padres separados.

4 MADRES LACTANTES.

"Debe respetarse el derecho del niño"– Las madres tienen derecho a una hora para lactancia hasta que el niño cumple el primer año. Pero en la Associació Balear d'Alletament Matern (ABAM) creen que ese período es insuficiente. Hay quien amamanta a sus hijos hasta más allá de los tres años, algo poco compatible con el empleo. "Hay que tener en cuenta que es un derecho del niño", afirma Joana Moll, responsable de ABAM. Madres que colaboran con la asociación lo ratifican. Como Margarita, que tuvo que embarcarse en una larga pelea con la directora de su colegio para hacer valer su derecho. Pide más rigor a la hora de aplicar la ley, seis meses por maternidad y lugares apropiados para que las madres se saquen leche en el centro de trabajo.