En el bar Tony, en la plaza Santa Eulàlia de Palma, aún hay quien se acomoda en la barra para tomar un café con leche en vaso de cristal. Sin espuma. Por el Tony los años no pasan. Es un bar «normal», uno de los últimos refugios para parroquianos locales en el centro de Palma, donde el tomate de ramallet ha resistido los envites del aguacate y donde sabes que aún te esperan por las mañanas, aunque después en el saludo no se note el afecto. Somos mallorquines.