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Hemos leído el libro de Ana Obregón y esto es lo que revela

Un duro relato al que no le faltan anécdotas divertidas y una impresionante confesión final

Ana Obregón.

Ana Obregón.

Inés Álvarez

Dicen que todo hombre (dejémoslo en persona) se ha realizado como tal si ha tenido un hijo, plantado un árbol y escrito un libro antes de morir. Así ha sido siempre. Pero Ana Obregón ha invertido el orden, y ha logrado que su hijo Aless Lequio lo haya logrado una vez muerto. Era la misión que tenía y que ha ido cumpliendo paso a paso: que naciera su hija, Ana Sandra, mediante la técnica de la gestación subrogada; que ‘plantara’ una fundación, la Fundación Aless Lequio, que, como un árbol, echaría raíces en forma de proyectos contra el cáncer, la enfermedad que se lo llevó con solo 30 años, y el libro, que acaba de salir a la venta este miércoles: “El chico de las musarañas”(Harper Collins).

Son 313 páginas, de las que 72 están escritas por el joven. Empezó a hacerlo tras enfermar de cáncer, quizá como una manera de distraerse o con el funesto presagio de dejar un legado en el caso de que ahí acabara todo. Y en el libro aparecen perfectamente separadas, como si fuera otro libro, con su portada: “El chico de las musarañas”, por Aless Leguio.

El resto es un relato en primera persona de Ana Obregón, su madre, que lo comienza recordando lo feliz que fue aquel junio de 1992 marzo en el que se convirtió en madre y se dio cuenta de que ahora sí que era la mujer más feliz del mundo.vEntre recuerdos de momentos felices, enseguida narra aquel día que Aless pidió ir a urgencias porque no soportaba los intensos dolores. Y el dolor que seco y profundo que ella sintió cuando le dijeron que se trataba de un cáncer rara y con mal pronóstico. Y cómo Alessandro Lequio llamó, colérico, a la periodista que lo había hecho público, anunciándole que la llevaría a los tribunales. Y cómo se entregaron a un tratamiento en Nueva York al grito de ‘Fuck cáncer’.Esperanza y desesperanza

Con momentos de drama, encerrados entre las cuatro paredes del hospital, pero sin que falten momentos divertidos, como cuando le tomó la temperatura a su hijo y marcaba 113 grados: "Mamá, por favor, le dijo, que son Fahrenheit" y ella le respondió: "¡Qué liantes son los americanos. ¿No pueden tener un termometro normal?". O cuando se les caducó el visado y eludían a la policía por miedo a la deportación. Pero abundan aquellos en los que la desesperanza anidaba entre ellos, porque las noticias, pese a momentos de esperanza, no eran buenas. Hasta que el final que se negaban a aceptar llegó.

Y una confesión final: cuando leyó el último post de su hijo y cómo se encaramó al balcón de un séptimo piso para acabar con tanto dolor. Una decisón desesperada que paró Alessandro Lequio, su ex, recordándole que tenía una misión por cumplir. Un pacto secreto entre madre e hijo que ahora ya no lo es. Y que revela con detalle al final de esa obra con la que cumple la última de esas misiones que, dice, la permiten seguir viviendo. Va por Aless.