"No somos héroes. Sólo ayudamos a varios niños noruegos que estaban en estado de shock y que apenas podían mover las piernas. Nos daban mucha pena", aseguró Rustán Daúdov, chechén de 16 años residente en las afueras de Oslo.

Según la prensa noruega, Daúdov y Movsar Dzhamáev, de 17 años, al que conoció en la trágicamente célebre isla de Utoya, salvaron a más de una veintena de niños al esconderlos en una pequeña cueva, lo que les ha valido las alabanzas del propio presidente chechén, Ramzán Kadírov.

"La cueva estaba junto a una gran roca, pero era pequeña y había mucha agua. No puedo decir cuántos escondimos. No lo recuerdo. Yo también estaba conmocionado. Breivik llegó a acercarse, pero no nos descubrió", dijo.

Daúdov explica que fue Dzhamáev quien se zambulló en el mar hasta tres veces para rescatar a los jóvenes que desesperados se habían lanzado al agua vestidos, por lo que apenas avanzaban.

"A la tercera vez le dije que no volviera al mar, ya que estaba congelado y se podía ahogar", dijo el joven, quien cree que muchos más podrían haberse salvado de no haber caído presas del miedo, ya que en la isla "había muchos lugares donde esconderse".

El joven, que llegó hace ocho años a Noruega huyendo de la violencia sectaria en su Chechenia natal, recuerda que él mismo estuvo a punto de ser víctima de Breivik.

"Escuchamos unos ruidos y después gritos. Entonces, vimos cómo se acercaba un hombre vestido de policía. Parecía muy tranquilo. Yo quise acercarme, pero Movsar me retuvo. Entonces, se puso a disparar y nos echamos a correr", dijo.

Llegado un momento, Breivik se paró cerca de donde se encontraban escondidos y los chechenes aprovecharon para lanzarle piedras, una de las cuales le debió de dar, "ya que el hombre se echó la mano a la cabeza y dejó de disparar", señala.

"Imagino que el haber nacido en Chechenia nos ayudó a reaccionar mejor que los chicos nacidos en Noruega que no saben lo que es la guerra, aunque yo ya no recuerdo mucho los disparos y las bombas", dijo.

Daúdov, cuyo padre murió en 2004 en Chechenia, se apuntó al campamento socialdemócrata noruego para "saber qué es eso de la política", mientras Dzhamáev se alistó "para jugar al fútbol".

"Éramos cinco chechenes, aunque yo sólo conocía a uno. Cuando oímos los disparos, llamé a mi padre, pero él no me creyó. Sólo la tercera vez que le llamé, me dijo: ´Si alguien te quiere matar, mátale tú´", relató Dzhamáev al diario ruso ´Kommersant´.

Tras colgar el teléfono, "el hombre mató delante de nuestros ojos de un disparo en la cabeza a un niño que debía tener unos 10 ó 12 años", tras lo que se llenó de valor y fue cuando le lanzó varias piedras, dijo.

Por fin, cuando habían encontrado una cueva donde refugiarse "otros jóvenes se lanzaron al mar, pero es que el agua estaba muy fría y hasta la orilla había 5 o 6 kilómetros. Nadie podía nadar tanto. Varios se ahogaron. A otros los salvamos".

"Ayudamos a los que perseguía el asesino a esconderse en la cueva. De lo contrario, les habrían disparado o se habrían ahogado. Nos quedamos allí con el agua hasta la cintura hasta que llegó la policía y apresó al asesino", comenta.

Al igual que muchas otras familias caucásicas, Dzhamáev y sus padres abandonaron Rusia en el año 2000, un año después de que estallara la segunda guerra chechena, con destino a Noruega.

"Tenía sólo seis años, pero recuerdo que estábamos en guerra. Nos bombardeaban y cada día escuchaba los disparos", señala el joven, que tuvo que llevar en brazos a la cueva a un niño de unos 8 años, ya que "no sentía las piernas", según Daúdov.

El líder de Chechenia, Kadírov, no escatimó elogios para los jóvenes: "Se comportaron como auténticos hombres (...), incluso intentaron hacer daño al terrorista con sus propias fuerzas". "Su comportamiento merece ser reconocido. Son rusos, son chechenes. Se ve que han sido educados en tradiciones que datan de hace siglos y que obligan al hombre en ciertas situaciones a ayudar al que está en peligro, incluso arriesgando su propia vida", sentenció.