Hablar con palabras de una pintura viene a ser como hablar con música de un texto", me dice un artista cuya exposición estoy visitando. Se refiere a las críticas que han aparecido estos días sobre sus cuadros. No es que hayan sido malas, no se queja de eso, sino de la pretensión, a su juicio disparatada, de verbalizar el sentimiento que producen las pinturas. Y añade:

—Todo lo que se ha escrito sobre Las Meninas, por ejemplo, es la demostración de que esa obra de arte es inefable y por lo tanto no se puede decir nada de ella.

Ni le doy la razón ni se la quito, ya hace mucho tiempo que eso me fatiga. Pero vuelvo a casa saboreando el término "inefable", con el que hacía tiempo que no mantenía relación. Me gusta, suena bien. Escribir implica tropezarse todo el rato con lo inefable, con lo que no se puede decir, unas veces por limitaciones propias y otras por los excesos de la realidad. Me viene a la memoria una pintura de la exposición permanente del Museo Thyssen Bornemisza, de Madrid. Se trata del Retrato de Giovanna Tornabuoni (búsquenlo en Internet) ejecutado por Domenico Ghirlandaio. Siempre que acudo a ese museo, y aunque trate de reprimir mi impaciencia, acabo precipitándome a la sala donde se expone. Es una tabla del siglo XV en la que aparece una mujer de perfil con los brazos en reposo. Su rostro, que no refleja emoción alguna, posee sin embargo un atractivo al que resulta imposible sustraerse. Suelo permanecer delante de la tabla un buen rato, como a la espera de que me diga algo. Pero no me dice nada, nada que pueda expresar con palabras. Su observación me emociona, me turba, me sume en un raro estado de bienestar (aunque también de inquietud), pero no sabría qué decir de la pintura ni tampoco he leído sobre ella, aparte de la enumeración de sus detalles técnicos, nada que esté a la altura de la emoción que me provoca.

Por eso me gusta el ejemplo del pintor citado al principio de estas líneas. ¿Podría una pieza musical explicarnos las emociones de un texto literario? Es evidente que no y lo podemos aceptar. No aceptamos en cambio la existencia de cosas inefables, cosas que no se pueden hablar. Y por eso seguramente hay a nuestro alrededor tanta charlatanería.