El documentado libro Veranos en Mallorca de Marcos Torío coloca en el frontispicio una frase de su seguro servidor, "Verano en Mallorca es cuando ves pasar una reina y ya no sabes si girarte". Voy a parafrasearme, porque "verano en Mallorca es girarte y ver a tu lado a Xabi Alonso". Así ocurrió, literalmente. Estaba yo enfrascado en mi sesión de trote cochinero, y de repente me encuentro con el campeón del mundo a mi derecha. Le aguanto tres kilómetros, desde mi adolescencia no corría una distancia similar.

Finalizada su carrera y mi aliento, decido obviar el Mundial porque España es sólo una vecina engorrosa, pero el Real Madrid es una religión. Así que le ordeno prácticamente desde la imparcialidad informativa:

–Tenéis que ganar la Liga.

–A eso vamos.

Alonso exhibe un carisma calmado y encarna a la perfección el espíritu madridista, pero necesito un compromiso explícito, por lo que me expreso de modo más tajante:

–Has de mandar, dirigir el equipo.

–Tendremos que apretar, pero entre todos.

–Durante el Mundial destaqué que Xavi se escribía con be.

–Se ha escrito de las dos maneras, con be y con uve. Menuda sudada llevas.

–He corrido a nueve kilómetros por hora, para mí no está mal.

–Yo corría a doce, y al final he apretado a trece. En vacaciones sólo hago mantenimiento, pero incluso durante la temporada prefiero hacer carreras cortas e intensas, de quince o veinte minutos, en lugar de correr más tiempo a menos velocidad.

–¿Corres unos diez kilómetros durante un partido?

–Más, cerca de doce.

–¿Notas que entrenas con más interés conforme cumples años?

–Es cierto que te tomas la preparación más en serio, eres consciente de que tienes que cuidarte.

–¿Los entrenamientos eran más fuertes en Inglaterra?

–La diferencia no estaba en los entrenamientos, sino en los partidos. El fútbol inglés es mucho más duro, aumenta el choque en las entradas. Notas el cambio, allí lo físico es fundamental.

En el pecho de Alonso ya no quedan marcas de la coz que le lanzó el holandés De Jong en la final del Mundial. La gloria se ganó en una cruenta batalla:

–¿Los holandeses llegaron a amilanaros, con sus patadas continuas?

–Lo más importante es que nunca perdimos los nervios. La tentación en un partido así es rechazar la agresión con un codazo (hace un gesto explícito con el codo, levantándolo hacia el rostro de un rival imaginario), y en ningún momento caímos en esa provocación. Esa actitud fue clave para el resultado.

–La victoria más grande de la historia.

–Ganar el Mundial fue un subidón, para nosotros y para la gente.

Xabi Alonso encarna a la generación de la naturalidad en la victoria, al conseguirla y al celebrarla. Hubiera agradado a Ramón Mendoza –hasta sus iniciales eran R.M.–, el único líder de cualquier religión ante el que me he postrado. Nunca tan pocos han hecho tan felices a tantos, pero en mi contacto con los mundialistas –además de Alonso, Pepe Reina, Vidic, Van Persie o Lampard– he aprendido que los entrenadores han dejado de existir. Excepto Mourinho y tal vez Guardiola. En los vestuarios mandan los jefes del equipo. Cuando un recién llegado se despista y va a lo suyo, lo enderezan y lo devuelven al redil.

El Villar-real nos ha expulsado incluso de Europa y, ahora que los toros sólo morirán de muerte natural, que alguien se apiade y prohíba la caza del oso borracho. Sin embargo, el personaje más abofeteado de la semana es Joan Mesquida. En tres tiempos. En primer lugar, se degrada su secretaría de Estado a secretaría general, lo cual no sólo acredita su carácter superfluo a partir de hoy, sino desde que asumió el cargo. O todavía peor, se sentencia que el político mallorquín ha arruinado un departamento útil antes de su desembarco.

Por si la primera bofetada no fuera suficiente, a continuación se le propone a Mesquida que se quede en el cargo degradado, sin ofrecerle como consolación otra secretaría de Estado para salvar su prestigio. De este modo se le confirma que nunca debió ser secretario de Estado, que su auténtica categoría es secretario general. De momento, porque hay escalones inferiores. El tercer y último bofetón consiste en promocionar a otro mallorquín, Alfredo Bonet, a secretario de Estado en el ministerio de Miguel Sebastián, donde también se halla el responsable turístico rebajado. No se necesita una clarividencia excesiva para interpretar ese amontonamiento de señales, aunque Mesquida no acaba de captar el mensaje.

Esta semana hemos descubierto que Antich Siseñor no sólo continúa el modelo Matas en la corrupción de su Govern, sino también en IB3, en el caso de que alguien consiga diferenciarlos. El nombramiento de Pere Terrassa es más insultante para la clase periodística que la afrenta a Mesquida, aunque es importante haber diseñado una cúpula del canal astronómico que permanezca en sus cargos cuando regrese el PP, de aquí a un año. La "neutralidad informativa" que cacarea Terrassa está garantizada por los nulos índices de audiencia de su canal. Acceder al cargo en el Parlament flanqueado por Antoni Martorell y por María Umbert, imputada por presunta corrupción, demuestra la calidad democrática de la cámara autonómica. Antich, el condecorator compulsivo, impondrá una medalla a ese trío a la mínima oportunidad.

Reflexión dominical escénica: "El buen actor le dice a cada espectador, ‘sólo estoy actuando para los demás, contigo soy real’".