Marzo de 1996. El teniente coronel Gallardo, jefe de la Guardia Civil de Balears, tiene un serio problema. Le acaban de informar de que Pablo Campos Maya, El Pablo, por entonces uno de los principales narcotraficantes de la isla, puede tener un "topo", un confidente, en el Grupo de Investigación Fiscal y Antidroga (GIFA). Las mismas fuentes le indican que está preparando la introducción de un gran cargamento de droga en Mallorca. El punto elegido para el desalijo sería la playa de Sant Elm, en Andratx. Se hace necesario preparar una operación para capturarlo sin implicar al GIFA. De hecho, se desconoce el alcance de la infiltración, por lo que se impone llevarla a cabo con un grupo reducido de agentes de la máxima confianza. Gallardo descuelga el teléfono y marca el número de la Policía Judicial de Manacor.

Tomás Sastre era sargento y llevaba dos años al frente de este grupo. Pero era además un agente de la máxima confianza para la cúpula de la Comandancia, un guardia civil a toda prueba. El encargo de Gallardo fue claro: buscar un equipo reducido y fuera de toda sospecha y montar una operación de vigilancia en Sant Elm para capturar el alijo, ajena al grupo antidroga habitual. Para ello Sastre reclutó a un joven cabo de su grupo, al que conocía bien, y a dos agentes femeninas de distintos cuarteles de la isla, recién licenciadas. Se instalaron por separado en un hostal de la localidad, desierta en temporada baja, en habitaciones con bonitas vistas al puerto, simulando ser recién casados. El resto de la historia es conocida. La operación Sant Elm culminó en la madrugada del 20 de marzo con la captura del 1.650 kilos de hachís, cuando eran descargados del yate Esquinade, y la detención de 14 personas, entre ellas Pablo Campos Maya y el "topo" que tenía en el grupo antidroga de la Guardia Civil.

Fue un servicio más en una larga lista de los realizados por el brigada Tomás Sastre, siempre con un denominador común, el de ser un agente de la máxima confianza de los sucesivos jefes que ha tenido la Comandancia de Balears. Fue lo que llevó a elegirle para llevar a cabo la operación en Sant Elm, o la que le llevó a realizar otro de sus trabajos más delicados, el de chófer y escolta del Rey durante sus salidas de incógnito por Mallorca en los años ochenta. El brigada Sastre se ha retirado recientemente, tras 38 años de servicio.

Nacido en Palma hace 60 años, su carrera en la Benemérita comenzó en 1976, con un primer destino en la localidad guipuzcoana de Eibar. Con Franco recién muerto, constantes manifestaciones en las calles y una violencia creciente de ETA, el joven Sastre, de 22 años, era tan ingenuo cuando llegó que confundía el anagrama de la organización terrorista -una serpiente enroscada en un hacha- con el símbolo de las farmacias. En los tres años que pasó allí, en el Servicio de Información, dedicado a investigaciones antiterroristas, perdió la ingenuidad a marchas forzadas. Allí participó en la detención y traslado a Madrid en coches camuflados de históricos dirigentes etarras, como Iñaki Bilbao.

En 1980 fue trasladado a Mallorca, y aquí desarrolló el resto de su carrera. Primero en el destacamento de Automoción del Núcleo de Reserva.

Era la época de las primeras manifestaciones en la Part Forana de la isla, de las primeras tractoradas. "La Guardia Civil aquí no estaba acostumbrada a estas movilizaciones, aunque viniendo del País Vasco, yo estaba en mi salsa", recuerda el brigada.

Tras ascender a cabo en 1984 pasó a la Guardia Civil de Tráfico. Fueron diez años, hasta 1994, los peores de la historia en cuanto a accidentes de circulación. Las carreteras de las islas eran escenario cada año de entre 124 y 177 muertes, prácticamente una cada dos días. "Esta fue mi auténtica universidad", comenta. "Eran años en que todavía no existía el 061, solo había ambulancias de la Cruz Roja, y muchas veces teníamos que prestar las primeras asistencias. Fue un trabajo muy duro, pero en el que te sentías muy útil".

Chófer del Rey

Durante aquellos veranos, a mediados de los ochenta, fue seleccionado para otro de sus servicios especiales, el de chófer del Rey durante sus salidas de incógnito en Mallorca.

El Servicio de Información de la Guardia Civil tenía dos coches camuflados, un 127 Fura y un Renault Cinco Turbo. Eran los coches que utilizaba el Rey cuando no quería llamar la atención, con la única compañía de su jefe de escoltas y de Sastre. "Un día me encargaron que cogiera el Fura y esperara a las puertas de Galerías Preciados, en Jaume III. Allí no se podía aparcar, y todos los coches que pasaban me pitaban. En eso que se abre la puerta del copiloto, veo que se mete una pierna larguísima y detrás de ella el Rey. Buenos días, me dice, ¿sabes ir a Marivent? ¡Pues vamos!" Así le conoció y estos servicios se prolongaron durante varios veranos. "Unas veces conducía yo y otras conducía él". La pregunta es obligada: ¿Le gusta correr tanto como dicen? Sastre asiente. "A veces se me ponían aquí" , dice tocándose la garganta.

En 1994 ascendió a sargento y fue el encargado de crear el grupo de Policía Judicial de Manacor. Permaneció allí tres años, en los que participó en la investigación de algunos de los peores crímenes de la historia reciente de Mallorca. Desde allí fue trasladado a la Unidad Orgánica de Policía Judicial de Palma, para pasar luego al Laboratorio de Criminalística, el Equipo Mujer-Menor y la Plana Mayor. Finalmente, en 2002, fue encargado de dirigir la primera unidad de la Policía Judicial de la Guardia Civil adscrita a la Audiencia. Ha estado allí durante los últimos once años, en los que ha mantenido estrechos contactos con jueces y fiscales y ha vivido en primera línea los principales casos de corrupción. Su grupo fue el encargado de conducir a prisión a destacados personajes políticos, como Antònia Ordinas, Bartomeu Vicens o Maria Antònia Munar. Sastre compatibilizó este trabajo con la representación del Plan Mayor Seguridad, con el que acudía a las asociaciones de personas mayores para dar charlas sobre delincuencia y consejos de autoprotección.

Tras su reciente retiro, no echa de menos el ajetreo de estos años. Lo primero que hizo fue comprarse un coche y marcharse de viaje a dar la vuelta a España con su mujer durante más de un mes. "No creo que llegue a aburrirme, pero me gustaría probarlo.