¡Qué extraños turistas!

«La plus bella vila que anc haguéssem vista»

«La plus bella vila que anc haguéssem vista» | CREADO CON ADOBE  FIREFLY

«La plus bella vila que anc haguéssem vista» | CREADO CON ADOBE FIREFLY / por Joan Riera

Joan Riera

Joan Riera

En el capítulo anterior: Jaume I y sus socios ya han montado la sociedad limitada de inversión en Mallorca. Los empresarios–soldados–turistas se disponen a visitar la isla para analizar la rentabilidad del negocio vacacional. Se concentran en Salou –algo así como el Magaluf catalán– y, ya saben, tiñen de blanco el mar. Una imagen similar a la de los días en que Juan Carlos I salía a regatear por la bahía.

La travesía marítima fue cualquier cosa menos plácida. La tempestad estuvo a punto de arruinar el viaje. Más de uno, a falta de Biodramina, se encomendó a la Virgen María y juró que nunca jamás volvería a embarcarse en un crucero por el Mediterráneo. El mal trago se conjuró gracias a una puesta de sol de finales del verano y la contemplación de las primeras maravillas mallorquinas: Palomera, Sóller y Almaruig. Más adelante descubrieron es Pantaleu, Santa Ponça y sa Dragonera.

Ante tanta belleza los inversores se frotaban las manos. «Los centroeuropeos –pensaban– pagarán lo que sea por contemplar estas maravillas». El problema apareció cuando pusieron pie en tierra y se encontraron con lo de siempre: turismófobos. Gentes ignorantes incapaces de entender que los venidos de fuera están bendecidos por Dios, les respalda la verdad absoluta y cualquier palada de cemento que ponen es por el bien de los mallorquines. El asunto se resolvió con algunos enfrentamientos a lanza y espada. Ganaron los recién llegados y masacraron a los locales, que perdieron la oportunidad de ver como mejoraba su tierra gracias a los inversores extranjeros.

De entrada, los emprendedores foráneos toparon con problemas que aún hoy siguen vigentes. El primero fue la falta de agua. ¡Y eso que aún no se había puesto de moda construir decenas de miles de piscinas! Afortunadamente, encontraron la Font de s’Ermità y pudieron dar de beber a los sedientos turistas de un viaje organizado un poco al tuntún.

Otra carencia fue la falta de restaurantes, lo que cabreó al mismísimo Rei en Jaume. Por suerte, Nunyo Sanç informó al monarca de que un tal Oliver había montado la tienda y preparado comida. Jaume I escribe en el Llibre dels Feyts lo que sintió al final del ágape: «E quan haguem menjat veïa hom les esteles del cel» (y después de comer, todos vimos las estrellas del cielo). Cualquier hermeneuta, por cerrado de mente que sea, interpretará que nos encontramos ante una alusión directa a las estrellas Michelin que adornan nuestros mejores restaurantes.

Todo eso ocurría en septiembre de 1229. Dado que los mallorquines no dieron facilidades a los enviados para modernizarlos –es un decir–, Jaume I y su consejo de administración decidieron lanzar una opa hostil (realmente muy hostil, extremadamente hostil). Asaltaron la ciudad el 31 de diciembre, lo que prueba que los excesos de la noche vieja vienen de lejos. Al fin pudieron admirar de cerca la Medina Mayurca. La Porta des Camp, llamada Barbelec por los musulmanes (Barbelec se traduce por Porta des Camp. ¡Qué falta de originalidad!). La Almudaina de Gumara, que hoy conocemos como el Temple porque se la quedaron los templarios. La Almudaina grande. La mezquita, que en un plis plas se convirtió en catedral, a la espera de que Antoni Gaudí la reformara para que se llenara de turistas.

Una vez asentados en la capital, se organizó una excursión por la Serra de Tramuntana. Comenzaron cerca de Alfàbia y siguieron hacia Orient, Alaró, Lloseta e Inca. De inmediato se dieron cuenta de las posibilidades que las montañas ofrecían para el turismo de senderistas, lo que a la vez, ofrecía una oportunidad para alargar la temporada. Desgraciadamente, el Castell d’Alaró – «lo plus fort», según el rey– quedó de nuevo al margen de las opciones excursionistas porque Jaume I tardó dos años en conquistarlo.

Volvamos atrás. Cualquier destino turístico necesita un buen lema para promocionarse. La primera vez que Jaume I vio Ciutat desde Portopí –otros aseguran que fue desde la sierra de Bendinat– eligió el eslogan: «E vim Mallorques, e sembla’ns la plus bella vila que anc haguéssem vista, jo ni aquells que amb nós eren». La más bella ciudad jamás vista. Bastante menos urbanizada que la actual, cabe añadir.

Post scriptum: Y hasta aquí esta broma veraniega. Espero que ningún lector se la tome demasiado en serio. Habrá que esperar a los vaivenes históricos de los próximos siglos para continuar el serial.

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