¡Qué extraños turistas!

Sigurd, precursor de los grandes cruceros por el Mediterráneo

Sigurd, precursor de los grandes cruceros por el Mediterráneo

Sigurd, precursor de los grandes cruceros por el Mediterráneo / CREADO CON ADOBE FIREFLY

Joan Riera

Joan Riera

«Gran crucero por el Mediterráneo». Así anuncia una agencia de viajes la ruta de ocho días que comienza en Barcelona, pasa por Palma y continúa en Nápoles, Roma y Marsella. El precio ronda los seiscientos euros.

Si este es un «gran crucero», cualquier publicista necesitaría mucha imaginación para calificar el que en 1108 propuso el rey Sigurd I de Noruega (1090–1030). La ruta: Oslo, Inglaterra, Normandía, Galicia, Lisboa, Formentera, Eivissa, Menorca (Mallorca quedó excluida de las escalas), Sicilia, Jerusalén, Chipre, Grecia y Constantinopla. El camino seguía después por tierra a través de Bulgaria, Hungría, Suiza, Dinamarca, Oslo. ¿La duración? Tres años. Salida en 1108 y regreso en 1111 ¿El precio? Un chollo. Al parecer era gratuito. Es más, algunos de los cruceristas se llevaron cuantiosos premios a casa, aunque otros no regresaron jamás.

El crucero, bueno, el promotor lo llamaba cruzada. Sin embargo, la similitud fonética de ambas denominaciones denota que hablamos de lo mismo, aunque con mil años de antelación. De hecho, las dos palabras derivan de cruz y de cruce de caminos. A partir de ahí, toman derivadas distintas. El viaje, sigamos, fue placentero y algo soso hasta llegar a Galicia. Lo típico. Pasaron una temporada en Santiago de Compostela, probablemente hartándose de marisco. Más al sur, las cosas se aceleraron. Sobre todo porque los musulmanes controlaban los puertos y no les apetecía dar facilidades a unos cristianos que pretendían llegar a Jerusalén para combatir contra otros mahometanos.

Los sesenta barcos llevaban a bordo unos cien cruceristas cada uno. Nada que ver con las meganaves actuales que se plantan en el Dique del Oeste con cinco mil pasajeros a bordo. Por cuestión de tamaño, los noruegos no disfrutaban de piscina ni de sala de fiestas. Pero, a cambio, disponían de algo parecido a un gimnasio. Se trata de los bancos de remo, que les dejaban más cachas que a Schwarzeneger. No disfrutaban de sesiones de aquagym, pero en muchos de los puertos podían entretenerse batallando con los acogedores nativos. Deportes de riesgo o de aventura, lo llamaríamos hoy en día.

Sigurd, precursor de los grandes cruceros por el Mediterráneo | CREADO CON ADOBE FIREFLY

Sigurd, precursor de los grandes cruceros por el Mediterráneo / CREADO CON ADOBE FIREFLY

Ha llegado la primavera de 1109. Los viajeros disfrutaron al llegar a Fomentera de una de las experiencias –ya se me ha pegado el lenguaje publicitario, ahora se usa esta palabra para cualquier chorrada insustancial– más emocionantes del viaje. Sigurd, como guía del viaje, se curró el asunto. En la menor de las Pitiüses se refugiaba una banda de piratas que atesoraba un tesoro. Lo tenían a buen recaudo en una cueva a 75 metros de altura en los acantilados de sa Mola.

El rey decidió organizar un gran espectáculo para entretener a la clientela. Aprovechó una playa, probablemente nudista, para varar una de sus embarcaciones. Ordenó cortar árboles que utilizó como elementos de rodadura. De esta forma subió el barco hasta la parte más alta de la isla, cerca del faro del cartel de la película Lucía y el sexo. Con la ayuda de cuerdas, bajó la nave hasta al altura de la madriguera de los filibusteros musulmanes. En este momento mandó prenderle fuego. Entre el calor y el humo, los corsarios se vieron forzados a abandonar el refugio. Una vez en el exterior, fueron masacrados –costumbre de la época– para jolgorio de los viajeros. Desde entonces, el lugar es conocido como Cova des Fum.

Los cruceristas se apoderaron de un gran botín. De generación en generación, entre los pitiusos se transmite la leyenda de que el tesoro sigue oculto en Eivissa o Formentera. Los expertos creen, razonablemente, que oro y plata viajaron hasta Noruega. Ningún turista de nuestros tiempos se deja en el hotel el sombrero mexicano o la bailarina flamenca que ha adquirido como recuerdo de Mallorca.

El espectáculo de los piratas es uno de los episodios que se cuentan con más detalle en las sagas de los monarcas nórdicos recogidas por Snorri Sturluson en el siglo XIII. ¡Ah! Y también por Lucrecia y los Lunnis, que le dedicaron un vídeo de dibujos animados y una canción. Los turistas, rubios y de ojos azules, como corresponde a los nórdicos, también visitaron Eivissa y Menorca. En ambas islas causaron el terror, pero el animador ya debía andar con ideas novedosas y el relato perdió interés. Pasaron de largo de Mallorca. Al parecer, la turismofobia se había extendido entre los nativos. Razones no les faltaban.

Sinceramente, después del crucero organizado por Sigurd I, las compañías y agencias de viajes que anuncian fantásticos viajes por mar, en barcos de ensueño y con espectáculos maravillosos a bordo, tendrán muy difícil igualar la experiencia –maldita sea, otra vez la palabra prohibida– de los noruegos.

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