La princesa del pueblo amaba Mallorca, esa geografía indiferente que encajaba con su temperamento huidizo. Los veraneos de los entonces herederos británicos en Marivent, junto a los herederos de los herederos, adquirieron rango de tradición. Lady Di se desahogaba en Palma llorando a moco tendido sobre el hombro de Sofía de Grecia. De Reina en ejercicio a futura Reina, la soberana española le aconsejaba que aguantara, porque el trono exigía los oídos sordos y los ojos ciegos ante las tropelías de los maridos coronados. De nada sirvió.
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