A mediados del siglo pasado, cuando las jóvenes eran educadas para ser perfectas amas de casa, la alicantina Sofía Pamblanco Ayela, que cumplirá en septiembre 104 años, representó el paradigma de la mujer moderna adelantada a su tiempo, capaz de compaginar vida laboral y familiar en plena época franquista. Una telegrafista que superó las barreras de la Dictadura con dos empleos tras desposarse.

Desde que viera la luz en la desaparecida finca familiar, ubicada entre la antigua Casa de Beneficencia y el Instituto Geográfico del paseo de Campoamor, por sus curiosas pupilas han desfilado los inconmensurables cambios que han acaecido, a lo largo de la pasada centuria, en el entorno urbano y social de aquella circunscrita y entrañable capital de provincia que era Alicante en las décadas centrales del siglo XX. 

Venida al mundo un 10 de septiembre de 1918, tuvo la fortuna de sortear la pandemia de la mal llamada "gripe española", como también ha esquivado por ahora el actual covid-19. Con el retorno a la normalidad, Sofía muestra su carácter afable, optimista y lúcido, impropio de una persona tan longeva, en fluida conversación, eventualmente colapsada por su erosionada audición, y cuyo diálogo se reanuda con la colaboración de su hija Sofí Samper.

Primera cadena de tintorerías

La saga a la que pertenece nuestra protagonista está arraigada en Alicante desde el siglo XVIII, pero es a partir de 1874 que se hizo popular en la capital, cuando su abuelo, Juan Pamblanco Romero, instaló en los bajos de la citada hacienda de Campoamor "un taller de tinte que tenía tres grandes calderas de cobre donde se teñían de negro las prendas de la capital y pueblos de alrededor, porque en aquellos tiempos cuando fallecía un ser querido todos los familiares, incluso los niños pequeños, se vestían de luto durante un año, por lo menos", recuerda Sofía.

Dado el auge del negocio, su padre, Juan Pamblanco Algarra, fue enviado a Barcelona para perfeccionar el oficio de tintorero y quedó tan prendado de la Ciudad Condal que, en 1906, al modernizar y ampliar la empresa, la bautizaba como 'Gran tintorería barcelonesa', en cuya publicitad se explicitaba que la maquinaria era "movida a vapor" y su especialidad "las limpiezas en seco", grandes avances para la época. El éxito de la iniciativa propició la apertura de un establecimiento en el Paseo de Méndez Núñez, 38, "frente al convento de las Capuchinas", concretaba.

Tras la crisis económica ocasionada por la insurrección franquista de 1936, que les abocó a la venta del local de la Rambla, se inició una nueva etapa bajo la denominación 'Tintorería Pamblanco', cuyo centro de operaciones se había trasladado a la calle Capitán Rueda y se abrieron tiendas en la calle Miguel Soler, junto a la Concatedral de San Nicolás, y la plaza de España, además de sucursales en distintas barriadas y delegaciones en San Vicente del Raspeig, Alcoy y Novelda.

En el último ciclo de actividad la gerencia de la sociedad quedó en manos de José Luis Pamblanco Ayela, quien posteriormente fuera concejal del PP en el Ayuntamiento de Alicante. Los nuevos hábitos sociales y comerciales debilitaron el longevo negocio, que bajó las persianas, definitivamente, en 1984. 

Gimnasia en el Postiguet

Sofía es la mayor de seis vástagos, de los que sólo pervive ella y el mencionado José Luis, y su infancia transcurrió entre juegos, el cuidado de sus hermanos y el costumbrismo de la época, con evocación especial para los vendedores callejeros (…) "como la señora de los cacahuetes que diariamente pasaba por el taller de las planchadoras que trabajaban para la tintorería de Campoamor o el vendedor de castañas en la Rambla". Sobre el particular, reproduce una 'cançoneta' picaresca que entonaba aquel ambulante "a les castanyes torraes, calentes i bones, i el castanyero ja se’n va amb les castanyes en la mà", canturrea en valenciano, la lengua vehicular de sus padres y del vecindario en aquella época, aunque a ella y sus hermanos ya les formaron en castellano.

Recuerdo entrañable también para la escuela primaria de "las Carmelitas" "con las que íbamos a hacer gimnasia a la playa del Postiguet -como muestra la fotografía de 1929 que ilustra este reportaje- y nos divertíamos mucho, pero la tarea escolar no me gustaba. Mi verdadera pasión era la música, sentimiento que me inculcó mi padre, un malogrado gran tenor". Su progenitor, melómano empedernido, a los siete años puso a su disposición un piano y una profesora de música, estudios que hubo de abandonar a los doce cuando empezó el bachiller, pero la semilla dio su fruto y la condición artística se ha perpetuado en sus hijos, Sofí y José Juan Samper Pamblanco, recientemente premiado en el VIII Concurso de Pintura de Sant Joan d’Alacant.

En la actualidad, aunque asegura casi no acordarse de las notas, Sofía todavía dispone de una afinada voz y lo demuestra entonando el conocido pasodoble del maestro Padilla: "València, es la tierra de las flores de la luz y del amor […] quisiera en la huerta valenciana mis amores encontrar’. Y vaya si los encontró, pues su marido, José Antonio Samper Cámara, era originario de Gandía.

Bachiller y telegrafista de carrera

En 1930 Sofía aprobó el ingreso en el instituto Jorge Juan, situado por aquel entonces en la calle Reyes Católicos, y allí completó el bachillerato. Sin embargo, dado que en aquella época Alicante no disponía de más salidas académicas que "la normal", Magisterio, o Comercio -más tarde Empresariales-, con 20 años optó por preparar oposiciones para telegrafista y consiguió plaza en la empresa estatal de Correos y Telégrafos. En 1940 fue destinada a Alcoy y allí coincidió con quien contraería matrimonio en 1950, justo un lustro después de conseguir su trasladado a la estafeta central de la placeta Gabriel Miró.

 

"Su quehacer consistía en la transmisión y recepción de textos, generalmente telegramas, mediante un emisor en forma de palanca pulsado manualmente. Para ello hubo de aprender el lenguaje Morse, que era el código utilizado en este tipo de cometidos", manifiesta su hijo José Juan. Con el paso del tiempo el sistema se fue modernizando y automatizando, pero ella conservó el cargo hasta su retirada.

Doble jornada laboral 

Puesto que en aquella época la marca "Pamblanco" disponía de varios establecimientos en activo, al finalizar su actividad profesional matutina, y previa reposición de fuerzas al mediodía, "por la tarde me hacía cargo de la tienda que teníamos en la plaza de España, con lo que era un no parar, pero había que ayudar en el negocio familiar’, dice convencida nuestra interlocutora. Para posibilitar tal cometido contó con la conformidad de su familia, de talante liberal no obstante su buena posición social; la complicidad de su marido, un progresista convencido; la colaboración de sus padres y el apoyo de una niñera.

Desde una perspectiva histórica, se antoja insólita la trayectoria vital de Sofía Pamblanco Ayela, capaz de proseguir con su profesión una vez desposada y haber sido madre por partida doble, especialmente teniendo en cuenta que su hoja de servicios transcurrió en pleno Franquismo, cuando se simbolizaba la mujer como ejemplo de virtudes morales, abnegada cuidadora del hogar, servidora incondicional del marido y de los hijos, y sostén de la unidad familiar.

Si hoy en día resulta complejo compaginar ambas labores, más meritorio y loable es haberlas ejercido superando los prejuicios político-sociales y morales del nacional catolicismo reinante. "Y aunque siempre ha sido una mujer dispuesta y vital, debió de ser muy duro sobrellevar durante tanto tiempo ese ritmo de vida, hasta su jubilación en 1983", concluye su hija Sofí Samper.