Pep Bonet (Colònia de Sant Jordi, 1974) se ha ganado el respeto con sus reportajes sobre el terremoto de Haití o la liga de fútbol de amputados en Sierra Leona, que le valieron premios tan importantes como el World Press Photo. Sin desligarse de la gente "extrema", el fotógrafo ha dejado a un lado las balas y la destrucción para enfundarse el traje de cuero y seguir, durante tres ruidosos años, a una de las formaciones más emblemáticas del rock internacional, Mötorhead, "una banda de directo que lo da todo". De su seguimiento al grupo que lidera Lemmy Kilmister fructifica una exposición y un libro que editará en las próximas semanas la promotora Fonart.

El estreno mundial de la exposición tendrá lugar el próximo 22 de junio en la sala Fundación Caja Vital Kutxa de Vitoria, en el marco del décimo aniversario del Azkena Rock Festival, una de las citas musicales más importantes del calendario del sur de Europa en la que este año se darán cita grupos y solistas de la talla de Ozzy Osbourne, The Cult, Queens of the Stone Age, Bad Brains o Brian Setzer.

La muestra, presentada por Fonart –la misma que organiza, entre otras citas, el Alternatilla– y con un diseño expositivo y montaje de Fernando Martínez de Viñaspre, contiene más de noventa imágenes que muestran el día a día de una de las bandas capitales del rock mundial. "Nuestro deseo es que la segunda ciudad a la que llegue la exposición sea Palma", declaró ayer a este diario Ana Espina, de la citada promotora.

Bonet empezó a seguir la estela de los Mötorhead en 2008, primero como un groupie más, conduciendo 500 kilómetros diarios, detrás del autocar en el que los rockeros británicos dormían; y luego, ya como invitado del grupo. Su rastreo fue publicado en su día por la prestigiosa revista musical Rolling Stone y, con el tiempo, le llevó por Brasil, Argentina, Colombia y Los Angeles, donde Bonet conoció a gente como Slash o Marilyn Manson y donde se grabó su último disco, We are the World, en el que aparece una fotografía de Bonet, un hecho que el autor considera como "un regalo".

El fotógrafo ha tratado de captar la energía, intensidad, envergadura y reverencia de Motörhead, que le dejó entrar en su mundoo sin ningún tipo de censura. "Más que en conciertos, los fotografié desde dentro, que es algo difícil de conseguir", ha confesado. Los retratos fueron tomados en las habitaciones de los hoteles y en los camerinos, siempre respetando su intimidad; también en la euforia o el cansancio que aparece tras una actuación de más de dos horas, o con la responsabilidad de tocar delante de 40.000 espectadores.